Tras la mala experiencia con el anciano que personificaba al Wukran, la caravana del lobo, a pesar del salir victoriosa del encuentro, se halla intranquila, temerosa de volver a encontrar al dador de males en cualquier recodo del camino. Slissu, que no es ajeno a esa sensación y a pesar de su carácter cerrado y huraño, les invita a todos a sentarse en torno a la hoguera aquella noche. Algunos tienen miedo porque Slissu no suele prodigarse en amabilidades, pero todos van, incluso Kel cree que es un buen momento de dejar las bromas en su sitio.
Y así, en aquel anochecer en el camino a Narava, todos los miembros de la caravana, incluso esclavos y bestias, se reunieron en torno a un fuego bien alimentado que se alzaba alto y brillante y arrancaba reflejos de la piel húmeda del h’sar. Cogió tres pellejos que había depositado junto a él y repartió bebida a los asistentes. Un gesto humilde que un orador tiene con su público. Era agua, lo que desilusionó a algunos, pero al probarla comprobaron que un agua tan fresca como nunca la había probado; desaparecía en su boca y traía recuerdos de los manantiales que surgían en las montañas, de los pozos oscuros que alimentaban los afluentes, de la lluvia limpia que caía al final del invierno. Sigue leyendo