Tras la mala experiencia con el anciano que personificaba al Wukran, la caravana del lobo, a pesar del salir victoriosa del encuentro, se halla intranquila, temerosa de volver a encontrar al dador de males en cualquier recodo del camino. Slissu, que no es ajeno a esa sensación y a pesar de su carácter cerrado y huraño, les invita a todos a sentarse en torno a la hoguera aquella noche. Algunos tienen miedo porque Slissu no suele prodigarse en amabilidades, pero todos van, incluso Kel cree que es un buen momento de dejar las bromas en su sitio.
Y así, en aquel anochecer en el camino a Narava, todos los miembros de la caravana, incluso esclavos y bestias, se reunieron en torno a un fuego bien alimentado que se alzaba alto y brillante y arrancaba reflejos de la piel húmeda del h’sar. Cogió tres pellejos que había depositado junto a él y repartió bebida a los asistentes. Un gesto humilde que un orador tiene con su público. Era agua, lo que desilusionó a algunos, pero al probarla comprobaron que un agua tan fresca como nunca la había probado; desaparecía en su boca y traía recuerdos de los manantiales que surgían en las montañas, de los pozos oscuros que alimentaban los afluentes, de la lluvia limpia que caía al final del invierno.
Y el chamán comenzó a hablar y sus palabras parecían arrastrarse por su lengua, pero eran claras y trazaban hermosas imágenes en la mente de su audiencia. Y así les habló de la primavera, del ciclo de las plantas, de los animales, del brotar de las semillas y del morir, del final del camino que llega para todos. Eso, les dijo, es la Taga; eso, les dijo, es lo que nos define como seres vivos de esta tierra. El Wukran se opone a la Taga porque tiene miedo, porque no quiere morir, pero lo hará, lo hará como todo lo que hay en el mundo, como todos lo haremos en alguna ocasión.
Y acabó su historia hablándoles de las criaturas que habitaron esas tierras mucho antes que los mendwan, mucho antes incluso de los h’sar; les habló de grandes poblados que desafiaban el tamaño de la propia Aguaclara, les habló de edificios de piedra, les habló de grandes progresos: plataformas que andaban sobre piedras redondas, fuegos que permanecían encendidos bajo la lluvia, ropas que no dejaban pasar el agua. Pero aquellas gentes se separaron de la Taga, se olvidaron de ellas y cayeron en manos del Wukran que todo lo destruye. Mientras la Taga esté en vuestros corazones, les dijo, nunca perderemos y ella siempre velará por nosotros.
Y aquella noche, todos durmieron mejor, sueños sin pesadillas con agradables campos de eterna primavera. Ese era el poder de Slissu.