Llegaron al atardecer, cuando la gran población que era Aguaclara empezaba a amodorrarse y sus habitantes a desaparecer bajo la techumbre de las chozas, los niños aún correteaban buscando una última aventura y en los agujeros de los hogares danzaba el humo blanco de los guisos y el aroma del festín.
Si había guardias en los accesos, nada les dijeron. Quizás sí les habían visto y decidieron no meterse en problemas. Aarthalas y Lobo subieron por una de las calles principales donde acabaron topándose con el puesto de venta de su caravana. Estaba en una posición privilegiada, bastante mejor que donde les había dejado. Lobo inclinó la cabeza ante Slissu quién le devolvió el silencioso saludo. El h´sar hizo un gesto a Motaas y a los seis esclavos y estos continuaron recogiendo mientras él serpenteaba tras el jefe de la caravana. Unos pasos por detrás de él, trotó Kel.
Los cuatro llegaron hasta las puertas de la casa de Ursus donde descubrieron a Addebi, montando guardia. Había sangre a su alrededor, en su lanza y en su cara, ninguna era suya. Lobo también le saludó con la cabeza y el lugarteniente dejó que sus blancos dientes mostraran la alegría que sentían. Aarthalas puso una mano en el hombro de guerrero y enfrentándose a la ciudad se quedó de guardia con él. Lobo continuó al interior donde nadie le impidió el paso; el hacha de Ursus, aún envuelta, entró con él. Sigue leyendo