En cierta ocasión me preguntaron cómo se habían conocido los Cinco de Ôs y respondí que en Ôs, en una taberna. Lo dije con aplomo y con seguridad y nadie lo puso en duda mientras contaba su historia. Mentí, no sé cómo se conocieron y no sé cómo acabaron juntos. Yo los conocí cuando aún eran cuatro y empezaban sus andaduras, pero de una cosa sí estoy seguro. No fue en Ôs y no creo que estuvieran lo suficientemente sobrios para entablar amistad de haber sido en una taberna. Sin embargo opino que el principio solo importa a los editores de libros que creen necesario sentar en el sillón al lector con el primer aliento. Al resto de los mortales nos interesa más el ahora y, si eso, el mañana.
Los Cinco de Ôs recibieron su poco original nombre tras un aciago encuentro en esa ciudad (espero que noten el homenaje). Les tendieron una trampa, uno de los señores de negocios turbios de aquellos días, y ellos debían haber caído en ella de lleno, haber sido acusados de robo y, quizás, de asesinato mientras el verdadero culpable, un sicario de este hombre, se libraba de la persecución de la guardia de Ôs. Sin embargo, los Cinco no solo se libraron de la trampa, sino que capturaron al sicario y lo entregaron a la justicia (quién no dudo en colgarle de los pulgares en el puerto). No satisfechos con el resultado de su participación, dedicaron las siguientes jornadas a lavar su nombre y cobrarse la afrenta. Se dice que el turbio empresario acabó abandonando la ciudad oculto en un mercante (se dice que nunca llegó a su destino y que aún cae en el eterno vacío al que fue arrojado). Ahora cuando alguien pregunta por ellos, la respuesta es siempre la misma: son los Cinco, los Cinco de Ôs. Sigue leyendo