1808 – El convoy perdido

Un valioso cargamento de retaguardia se ha perdido cerca del pueblo de Algaravía, una comarca en la parte norte de Andalucía, cercana a Despeñaperros. En el convoy viajaban suministros, en especial comida, y algunos objetos personales del oficial. Ese ha sido el error de los atacantes, pues resulta que el oficial, francés para más señas, tiene apego a sus cosas.

La partida está pensada para jugarla con soldados franceses y un suboficial enviados a investigar la desaparición de los pertrechos (y recuperarlos si es posible). Cread los personajes como consideréis más conveniente, pero tened en cuenta que son soldados; las habilidades de combate deberán tenerlas desarrolladas. No son muy necesarias en la partida, que es de investigación, pero Napoleón no enviaría a la díscola España soldados incapaces de disparar un arma.

También puedes jugar con soldados españoles o incluso con miembros de alguna unidad de seguridad local, como los mangas verdes pero, en ese caso, tendrás que ajustar la nacionalidad de alguno de los personajes. Los guerrilleros, por ejemplo, podrían ser desertores y un espía podría ser agente de los franceses en vez de las Cortes de Cádiz. El objetivo de la aventura es meter a unos extraños en la rutina de un pueblo de la sierra andaluza y que sobrevivan. Sigue leyendo

1808 – Manadas de perros

Durante la Guerra de la Independencia, el perro no era una mascota como la que estamos acostumbrados ahora (en el siglo XX) sino, más bien un compañero de caza o de labranza. La aristocracia podía tener animales más domesticados que convivieran con la familia, pero, en general era animales que formaban parte del grupo de caza que bien por vejez o por mansedumbre acababan viviendo en las casas (en vez de en establos o cuadras).

«Perra de Pomeramia y cachorro» (1777) de Thomas Gainsborough. Original en la Tate Gallery (Londres).

La sensibilidad hacia los animales no empezaría a generalizarse (y a ser legislada) hasta 1850 (fecha de la primera ley de derechos animales, la ley Grammont) y es consecuencia de las ideas ilustradas que recorrían Europa en esa época. Sin embargo, los perros habían convivido con los hombres desde mucho tiempo antes, incluso habían sido objeto de la atención de importantes artistas. A pesar de lo anterior, en 1808, la visión generalizada hacia los perros era más laboral, más como animales que daban un servicio, como cazar, cuidar del ganado, pastorearlo, etc. Sin embargo, es importante decir que no faltan anuncios en la prensa escrita buscando mascotas perdidas y recompensando su devolución. Algo estaba cambiando en aquellos años, indudablemente. Sigue leyendo

1808 – El final del camino

Después de dar buena cuenta de los petimetres del bar del parroquiano Mariscal, de rescatar a este hecho un manojo de nervios de su propia alacena y de dar buena cuenta de algunas viandas para que no se echaran a perder, los tres miembros de los mangas verdes se dirigieron a su cuartel. Era tarde, pero era hora de saber qué demonios estaba pasando.

Las calles volvían a estar desiertas y si alguien había oído el escándalo previo, ninguno se había quedado a ver cómo se resolvía. La soledad les acompañó hasta el cuartel y solo el ligero tañido de la campana de la iglesia les acompañó; su badajo debía moverse por efecto del viento o de débiles fantasmas.

Abrieron la puerta del cuartel con ímpetu, como si quisieran espantar a cualesquiera demonios que hubiera dentro, pero, para su sorpresa, solo había dos imberbes muchachos que les observaron con los ojos muy abiertos. Fue Chaparro quien comentó ajustándose las mangas de su abrigo:

—No parece que estos hayan olido pólvora aún —. Una manera rebuscada de insultar a sus oyentes, pero estos no se dieron por aludidos. Sigue leyendo

1808 – Periódicos de la Guerra de la Independencia

Introducción

Antes de la Guerra de la Independencia las imprentas estaban controladas por el poder (absolutista recordamos) y se dedicaban a cosas «importantes». Libros, decretos, bandos y esas cosas. Se publicaba alguna cosa fuera de control, pero de forma reducida y casi testimonial. Todo cambiaría en 1910 cuando las Cortes se reunieron y, entre otras cosas, aprobaron la «Libertad de Imprenta» que venía a decir, más o menos, que los impresores podían imprimir aquello que considerasen. Eso desató una fiebre de publicaciones, muchas efímeras y locales, a las que podría denominarse la primera prensa política de la historia de España. Siendo una época tan convulsa y activa en las ideas políticas, no es de extrañar que los primeros periódicos se parecieran más a panfletos políticos que a medios de comunicación.

El papel no era un bien habitual y mucha gente conservaba los periódicos para darles utilidad posterior. No era raro ver a un vecino con un periódico bajo el brazo que acabada de comprar o recibir (no todos se pagaban) en la plaza del pueblo. En esta serie de artículos que comenzamos, hablaremos de algunas de las cabeceras de esos años para que tus PJ puedan saber de qué periódico se trata (a veces, bastaba ver el periódico para saber de qué pie cojeaba el caballero). Sigue leyendo

Comandos – El crimen del comendador

El comendador ha muerto. Su cuerpo fue encontrado por el ama de llaves cuando, extrañada por su tardanza en levantarse, fue a ver si necesitaba algo. El grito de la pobre se escuchó en la plaza y poco tardó todo el pueblo en enterarse de que la desgracia había alcanzado al pueblo. La muerte del prócer había ocurrido en extrañas circunstancias, su cuerpo estaba azulado y en su rostro y manos había un rictus de miedo como si hubiera vista a la misma parca en el momento de su muerte. De esto, también se enteró todo el pueblo quienes empezaron a especular sobre las causas que habían terminado en tan terribles consecuencias: malas compañías decían unos por su afición a visitar determinados locales nocturnos, tratos con demonios, decían los más puritanos, venganza de su mujer fallecida hace ahora dos veranos. Y en todas las versiones, la figura del comendador no salía bien parada. Y fueron esos corrillos en los mentideros de la localidad lo que hicieron que algunas fuerzas vivas acudieran por ayuda al cabildo de la capital provincial. Sigue leyendo

1808 – El regreso a casa

Rojo y Oro

Volver a casa nunca es fácil. El camino parece largo y que nunca termina y si, además, crees que allí no te espera nadie, los días se vuelven eternos y las noches desapacibles. Pocos incidentes hallaron en la ruta y pocas excusas para detenerse. Dormían en posadas o en graneros cuando no encontraban estas y el polvo y el frío se mezclaban con la humedad que sus capas de mangas verdes no parecía capaz de dejar fuera.

La primera señal de que algo no era como imaginaban la encontraron a poco trecho de la entrada. El hijo de Atulfo, un mocoso de apenas seis veranos, salió ventando su llegada a los cuatro vientos como cervatillo en un día de caza. Eso trajo la atención de los parroquianos que les miraron con sonrisas en los labios y ojos ilusionados en los rostros. Atardecía, pero no era el final de la dura jornada lo que les alegraba. ¿Qué había pasado allí?

—Bienvenidos —dijeron algunos. Y una moza del gentío alargó un pellejo de piel al bueno de Chaparro quién, tras darle un largo tiento sin dejar de mirar al molesto marido al que se le había privado del néctar, se la devolvió a su dueña con agradecimiento. Sigue leyendo

1808 – Protección contra el mal francés

Preservativos en su estuche protector.

El mal francés era como se conocía en España a en el siglo XIX (y anteriores) a la sífilis. El nombre se lo dieron en Italia cuando las tropas francesas atacaron los territorios de Nápoles, lo que hizo intervenir a los españoles y generalizó la guerra por toda Europa. Los italianos lo llamaron así porque la enfermedad la llevaron a su territorio los soldados franceses (también la llaman sarna española, pero ese nombre no nos convenció tanto. No se llama así en todos los sitios, claro; en Francia, por ejemplo, la llaman mal napolitano o mal caribeño; en Portugal, mal español y en Turquía enfermedad cristiana. Parece bastante claro que la sífilis la importaron los españoles desde América y, en concreto, las tripulaciones de Colon. Ha habido algunas teorías estos años que desmienten esa posibilidad (incluso fijan la aparición de la enfermedad en el Escandinavia en el siglo XIII), pero no son del todo concluyentes. Sigue leyendo

1808 – La muerte del conde

Rojo y Oro

El enfrentamiento con los guardias no había acabado bien. Peor para ellos, cierto, pero tanto Madales como Chaparro lucían heridas. Unos rasguños según el primero, mortales y dolorosos para el segundo que buscaba unos días de permiso. Alguien tenía que pagar por ello.

Que había una deuda era algo que el pueblo sabía y se ocultaban al paso de los tres. No les esquivaban, pero buscaban no ir por el mismo camino demasiado tiempo. Sobre todo, cuando aparecieron con aquellos niños mal alimentados y vestidos por la calle principal, subieron por la escalinata de la plaza y se plantaron en la puerta.

-Abran a la autoridad de los mangas verdes -dijo Padilla al guardia de la puerta. Este temeroso, a punto estuvo de abrir la puerta, pero un compañero, quizás de mayor rango o más veterano, le detuvo y respondió:

-El conde no está. Vuelvan ustedes mañana.

La cara del novato les hizo comprender que estaba mintiendo, pero Padilla sonrió, señaló una ventana a la que se asomaba una mujer menuda entrada en años y replicó: Sigue leyendo

1808 – General Palafox

Nacido en familia de marqueses, los Lazán y Cañizar, no era, sin embargo, el heredero al título nobiliario y como tercer hijo se dedicó a la carrera militar (algo no extraño en esos años, finales del siglo XVIII) a la edad de 16 años. De nombre José Rebolledo de Palafox y Melzi, ya era brigadier en 1808 y fue uno de los que acompañaría a Fernando VII a Bayona. También estuvo entre los que quisieron preparar la huida de este y su regreso a España, pero al fracasar, se vio obligado a regresar a España sin el rey.

Retrato de Palafox realizado por Goya

Se retiró a Zaragoza, su ciudad natal, unos días, pero el levantamiento del 2 de mayo, el ataque francés a la ciudad y el posterior asedio le hicieron volver a la actividad militar y encabezar la resistencia. El 25 de mayo de 1808, tras un asalto popular a la Capitanía General y el encarcelamiento del antiguo capitán general (por su actitud titubeante ante los franceses), los zaragozanos le nombrarían capitán general de Aragón. Desde ese puesto, con escasos medios, organizaría la defensa de la ciudad y consiguió resistir varios asaltos de las tropas. Sigue leyendo

1808 – La peseta catalana

Como hemos visto en otros artículos, el sistema monetario español de la Guerra de la Independencia era complejo y las monedas españolas de ambos bandos convivían con las monedas francesas (http://www.edsombra.com/index.asp?cod=19364) y las británicas (http://www.edsombra.com/index.asp?cod=19664). También había monedas portuguesas y, para añadir más complejidad se acuñaron localmente otras monedas. Ese es el caso de la que nos ocupa en este artículo, la peseta catalana.

Algunas fuentes dicen que el nombre original es «peceta» que deriva de la palabra «peça» que en catalán significa «pieza» con lo que peceta significaría «piececita». Al parecer así se llamaban a las monedas más pequeñas de plata. Otros atribuyen el origen a «peso» (que era el nombre que recibía el real de a 8) y que peseta se utilizaría como diminutivo por similitud con (o derivado de) el anterior. No parece que se vayan a poner de acuerdo en breve.

Duro catalán acuñado en Barcelona en 1808 - Fuente https://blognumismatico.com/2012/01/22/las-monedas-de-1808/

Durante la Guerra de Sucesión entre borbones y hasburgos por el trono de España ya se emitieron pesetas en el territorio austracista (gran parte de Cataluña) y el término se popularizó como referencia a las monedas de 4 reales de vellón de plata durante el siglo XVIII. No fue nombre oficial hasta la llegada de José Bonaparte; este da la orden de acuñar monedas (para sus gastos) en Madrid, Sevilla y Barcelona, pero solo a estas últimas se las denominó pesetas y se emitieron por valores de 1, 2.5, 5 y 20 pesetas. La de 5 pesetas se las conocía como duros y llegaron a emitirse monedas en Gerona con esta denominación. Una peseta equivalía a 4 reales de vellón y un duro a veinte reales. Sigue leyendo