Autor: Juan Carlos Herreros Lucas
Nos encontramos en un pequeño pueblecito cercano a Anjun (Holanda) una mañana gris de marzo de 1944. El país lleva ocupado casi cuatro años y sus habitantes, de alguna manera, ya se han acostumbrado a la presencia de los alemanes en sus carreteras. La presión de los nazis, pasados los primeros meses de la guerra, no ha sido muy intensa y, a excepción de aquellos deportados o aquellos que se han visto obligados a huir, la vida sigue la tradicional rutina de las pequeñas poblaciones. Se levantan temprano para encargarse de las tareas en el campo o en el mar, para atender a los feligreses en la iglesia o para encargarse de intrascendentes papeleos administrativos en la casa consistorial; a la tarde, cuando el sol ya casi ha desaparecido en estos últimos días de invierno, muchos parroquianos dejan que sus pasos les guíen hacia la taberna, la única del pueblo, donde con alguna bebida maldecirán la suerte de su existencia y, sobre todo, maldecirán a los alemanes, a quienes llaman hunos, que les están exprimiendo sin piedad. Pero esta tranquilidad se verá truncada esta tarde cuando y el tintinear de muchas botellas al caer, les indique que alguien o algo está en el patio trasero… Sigue leyendo