Diego Muñoz nació en Cabeza de Buey (Badajoz) en enero de 1761. Su padre, boticario y profesor de latín, se encargó de su educación académica hasta que ingresó en la Universidad de Salamanca donde estudió teología y filosofía y se ordenó sacerdote. En 1784 sería nombrado catedrático de esa misma universidad y formó parte de un grupo de profesores que renovaría la institución universitaria. Más tarde, en 1787 sería nombrado por unanimidad rector de la universidad de Salamanca. Es una carrera bastante meteórica aún en la época. Catedrático a los 23 años y rector a los 26. Sin embargo, su paso por la universidad también estuvo acompañado de diferentes reformas y avances: conservó los fondos botánicos de la universidad, aumento los bibliográficos y llegó a acuerdos para el intercambio de libros y planes de estudios con otras universidades. Sigue leyendo
Archivo del Autor: Don Toribio Hidalgo
1808 – Monedas británicas en la Guerra de la Independencia
La llegada de tropas británicas para luchar contra las de napoleón provocó un conflicto monetario que no se normalizaría hasta 1813, aunque, en realidad, nunca llegó a resolverse. Los soldados británicos llevaban (o cobraban aquí) dinero británico y los cambios nunca estaban claros. En la zona controlada por los franceses, la moneda británica no era válida (además de un peligro para su portavoz que lo señalaba como traidor), pero en la zona controlada por las Juntas, no había un equivalente oficial porque pasaría algún tiempo hasta que tuvieran la capacidad de establecer un sistema de monedas propio.
En un decreto de 1811, el gobierno de las Juntas admitió el uso de las monedas francesas (del rey usurpador las llamaban) como monedas de circulación. Una medida necesaria ante la incapacidad de acuñar su moneda propia y que da testigo de las dificultades monetarias de la Junta Central.
Una dificultad fue que el sistema de fraccionamiento de la moneda británica no era nada intuitivo. La dificultad era tan grande que algunas autoridades emitieron panfletos explicando los diferentes tipos de cambio. La guinea y el soberano equivalían a 21 chelines (también conocidos en España como sueldos). Cada libra equivalía a 20 chelines (explicar por qué coexistían libras y guineas sería arduo). Cada chelín eran 12 peniques (también conocidos en España como dineros). Para complicar el tema, había algunas monedas fraccionarias adicionales: el medio (10 peniques y 6 chelines, o medio soberano), la corona (5 chelines o cuarto de libra), la media (2 chelines y 6 peniques, en realidad dos chelines y medio) y el medio chelín (6 peniques). No es de extrañar que los pobres comerciantes españoles de la zona no controlada por Napoleón se volvieran un poco locos (tampoco envidiaban mucho a sus colegas de la zona francesa, ver http://www.edsombra.com/index.asp?cod=19364). Sigue leyendo
1808 – 3×11 – La guardia del conde
Recuérdame dijo Chaparro mientras apuntaba a un guardia con una pistola y al otro le amenazaba con su espada.
Pero no necesitaba que se lo recordaran. Todo empezó con aquellos niños con los que pasaron esa noche una semana atrás y cómo conocieron su triste historia de casi indigencia; no, se recordó, de indigencia plena. Uno no es casi pobre.
Decidieron pasar el día en la ciudad, a pesar de lo poco que les gustaban las grandes urbes y allí, poco a poco, fueron conociendo al personaje sobre el que recaerían sus odios e inquinas. Había una pujante burguesía, con artesanos y comerciantes, que estaban haciendo buen negocio con aquello de que unos mataran a otros en los campos de batalla. Curtidores, herreros y todos esos oficios que son el alma detrás de cada ejército. Unas gentes que vivían por el metal y que se beneficiaban de la figura del conde de la ciudad. No es que este hiciera nada por ellos, pero era alguien al que echar las culpas de la explotación, los malos sueldos, las malas cosechas. El caso es que, en ocasiones, el chivo expiatorio si tiene cosas que exculpar. Sigue leyendo
1808 – Monedas francesas en la Guerra de la Independencia
La invasión francesa de parte del territorio español en 1808 trajo aparejada la necesidad de gastar dinero en esos territorios. Los franceses disponían de su propia moneda (en realidad dos) y, claro, quería utilizarla también en vuestro país. Eso llevo a la necesidad de establecer unos tipos de cambio entre unas y otras, tipos que no se mantuvieron estables todo el conflicto.
Empecemos primero por las monedas francesas que entraron en España al principio de la guerra. Los franceses tenían dos monedas, una previa a la revolución francesa y una posterior y en 1808 aún estaban en un proceso de emitir la nueva moneda e ir retirando la antigua. La anterior a la revolución era la libra tornesa y la posterior era el franco. Las monedas de oro de 24 y 48 libras se conocían como luises, por el rey Luis, y los francos de oro de 20 y 40 eran napoleones (por el emperador Napoleón).
La cosa no era mucho más sencilla en España donde convivían: doblones, reales y maravedíes. Todo se complica un poco porque además estaban los vellones. No eran una moneda real, sino que se usaba como una equivalencia, lo que se conoce como moneda de cambio (algo parecido a lo que hacíamos con los duros y las pesetas). El valor de las monedas dependía del material en el que estuvieran hechas (oro o plata) y su peso. Por eso el vellón o real de vellón era un artificio para las equivalencias entre las monedas (un real de vellón equivalía a medio real de plata). La cosa se complica un poco más porque el real de vellón no se usaba en toda España y había sus propias monedas de equivalencia: la libra catalana, la libra valenciana, la libra mallorquina, la libra aragonesa, el peso de Menorca y el peso de Navarra. Ser cajero de banco en esa época era un trabajo a jornada completa y cuando entraron los escudos, la cosa no se simplificó. Sigue leyendo
1808 – 3×10 – La casa de las afueras
La tarde se entretenía en las laderas de las montañas mientras las luces de los hogares prendían en la lejanía. El pueblo parecía los suficientemente grande para que el nombre se le quedara pequeño y aquello no gustaba a los tres mangas verdes. Los sitios civilizados les traían malos recuerdos. Ellos eran gente del camino, de pequeñas haciendas y casas de labor. A esos urbanitas les movían otros intereses alejados de los ritmos de las cosechas, de la pesca en los ríos. Eran gentes que vivían de espaldas al sol que les calentaba.
Fue quizás por ello que se alegraron de encontrar una casa apartada poco antes de llegar a la villa. Si pernoctaban ahí, podrían atravesar el pueblo a primera hora y continuar su camino sin incidentes. No iban a imponer su presencia, pensaban pagar por ella, y una cena hogareña siempre era más atractiva que un camastro rodeado de locos.
Había muchas pegas a ese plan, pero ninguna de ellas apareció antes de que llamaran a la puerta. Una rendija se abrió y en ojo de una joven apareció por la rendija. Padilla no espero a que la mujer hablara, dio un paso atrás para no resultar amenazador y habló: Sigue leyendo
1808 – 3×09 – El río
Uno de los problemas de vivir en el camino es que este se empeña en pegarse a cualquier cosa que lleves puesta. A los pocos días, calzas, botas, sayas se habían cubierto de polvo que parecías más un caminante fantasma que un miembro de las orgullosas mangas verdes. No es de extrañar, por tanto, que descubrir un río tranquilo en el que refrescarse sea siempre una buena noticia, sobre todo si el día acompaña y no es problema quedarse en calzones. Un baño y una buena vareada a la ropa es suficiente para reemprender el camino.
Sin embargo, los ríos son caminos y no siempre están despejados. En esa ocasión, descubrieron un montón de troncos deslizándose lentamente corriente abajo. No eran muchos e iban por la otra orilla, lo que hacía seguro el baño. Chaparro entró primero y Madales le siguió maldiciendo lo fría que estaba el agua.
?Pero qué tenemos aquí. Dos forasteros en paños menores. Sigue leyendo
1808 – 3×08 – Yo pediré ensalada
Permanecieron agazapados varias horas y estudiaron el comportamiento de los desertores. El hombre del burro acabó marchándose y les vieron preparar la zona con cierta desidia. Es indudable que eran soldados, pero hace tiempo que habían perdido el hacer castrense.
No se alejaban mucho ni para tirar los desperdicios ni para hacer sus necesidades y tampoco se habían molestado en preparar un tejado para los cuatro viejos muros en los que se cobijaban. No había una estructura de mando y discutían como bellacos al primer desacuerdo. Se amenazaron con sacar las sangraderas, pero eran bravuconadas vanas, ninguno de ellos quería perder la vida por una tontería, ni por algo más importante a tenor de su estado actual.
Cobardes murmuró Chaparro con desprecio.
¿Franceses o españoles? preguntó el sargento. Aunque habían hablado entre ellos, estaban lejos para entender lo que decían. Las ropas tampoco ayudaban porque se habían disfrazado de labriegos y no conservaban, si quiera, sus botas. Sigue leyendo
1808 – 3×07 – Las entregas
Pasaron varios días en compañía de aquel pastor. A chaparro le tocó acercarse al pueblo y adquirir algunas viandas para que su estancia no dejara al pobre hombre sin recursos. Fueron jornadas agradables con esos día de invierno en el que al frío le da pereza levantarse y el sol aún recuerda sus tiempos mozos.
Cuando ya se acercaba el final de la tarde, el anciano se colocó detrás del sargento Padilla. Aquel hombre se movía con un sigilo inusitado entre el balar de las ovejas y le sorprendió, algo difícil de conseguir, hablando sin preámbulos.
Veo que no ha tardado mucho en darse cuenta.
Se refiere respondió sin girarse al hombre del burro que todos los días emprende camino cargado y vuelve por las tarde vacía.
Se llama Laureano. No es del pueblo, pero vive allí porque se casó con Margarita, una de las hijas del dueño de algunas de estas ovejas.
¿Está abasteciendo a guerrilleros? Sigue leyendo
1808 – 3×06 – El pastor
Haciendo camino les pilló a los mangas verdes el final de diciembre, con la lluvia y los fríos colándose en los huesos y el mal humor adueñándose de los espíritus. Seguían una senda que empezó prometedora, pero que acabó convertida en un pedregal estrecho que transitaba siguiendo un río frío de montaña. Se apearon de las monturas para evitar que se quebraran las patas, lo que provocó que Chaparro se lamentara porque a nadie parecía preocuparle que fuera él quien se rompiera las patas.
La ascensión terminó en un prado con una cobertizo desvencijado donde se escuchaba el balar del rebaño y una caseta de piedra y madera con humo en el hogar.
Les estaba esperando les dio la bienvenida un anciano que, desde el porche, se entretenía afilando un cuchillo con una piedra de esmerilar. El arma, de esas que entran y salen en la vaina con un vaivén, tenía un tamaño considerable y el desgaste propio del uso frecuente. Sigue leyendo
1808 – 3×05 – La justicia de la Rojo y Oro
En los días fríos de invierno, en ocasiones, sopla el viento del noroeste que viene de las montañas cargadas de humedad y nieve. Si las condiciones son las adecuadas, enfría las nubes que vienen el mar y precipita enormes nevadas que lo cubren todo. Son malos días para todos. Los caminos están cortados, el viento sacude los postigos y el no poder atender los asuntos propios negocios exaspera a todos, enerva los ánimos y aumenta las disputas. A estos días del invierno se les llama San Casimiro por coincidir con la festividad del santo del final del invierno, conocido por tener dos manos derechas.
No es una buena época y los ciudadanos de aquella localidad apodaron así a los mangas verdes. Los casimiros porque allá dónde iban exasperaban a todos, enervaban los ánimos y empezaban y acaban las disputas. Su recorrido dio más trabajo al curandero local que una estampida de caballos salvajes. Sigue leyendo