Durante la Guerra de la Independencia, el perro no era una mascota como la que estamos acostumbrados ahora (en el siglo XX) sino, más bien un compañero de caza o de labranza. La aristocracia podía tener animales más domesticados que convivieran con la familia, pero, en general era animales que formaban parte del grupo de caza que bien por vejez o por mansedumbre acababan viviendo en las casas (en vez de en establos o cuadras).
La sensibilidad hacia los animales no empezaría a generalizarse (y a ser legislada) hasta 1850 (fecha de la primera ley de derechos animales, la ley Grammont) y es consecuencia de las ideas ilustradas que recorrían Europa en esa época. Sin embargo, los perros habían convivido con los hombres desde mucho tiempo antes, incluso habían sido objeto de la atención de importantes artistas. A pesar de lo anterior, en 1808, la visión generalizada hacia los perros era más laboral, más como animales que daban un servicio, como cazar, cuidar del ganado, pastorearlo, etc. Sin embargo, es importante decir que no faltan anuncios en la prensa escrita buscando mascotas perdidas y recompensando su devolución. Algo estaba cambiando en aquellos años, indudablemente. Sigue leyendo