Xâlin, Solario 1547
Aún escuchaban los gruñidos de los cánidos intentando escapar de la prisión a sus espaldas, pero en el siguiente eslabón una silenciosa oscuridad les aguardaba. Las luces de las linternas sordas no arrancaban las sombras de las paredes; pareciera que estaban teñidas de un negro infranqueable.
-No me gustan las cosas que huelen a magia -dijo Gorusa quién siempre insistía que la magia olía como los girasoles en el final del invierno, una mezcla de podredumbre y alimento.
No recibió respuesta. A los demás tampoco les gustaban esas cosas, pero siguieron avanzando. Las salas eran muy grandes y atravesarlas requería cierta habilidad trepadora de la que no todos disfrutaban. Lo que empezó como algunas bromas y chanzas entre compañero, se convirtió pronto en un lenguaje técnico por la supervivencia, pero ni siquiera este era capaz de llenar la silenciosa mortaja que les envolvía. ¿Quién habitaba aquel eslabón? ¿Nadie? Y si no había nadie allí, ¿por qué?
Llegaron a una sala con una gran abertura en uno de sus laterales. Ocupaba gran parte de la pared del eslabón e iba de un lado a otro si no fuera por el suelo (que para ellos era ahora una pared) y por una viga central en su punto más alto. El ancho del hueco (ahora alto) era superior a veinte personas con los brazos extendidos y a través de él podía verse el Vacío con las nubes permanentes muy próximas. Brillaba con una luz fantasmagórica, lo que les indicó que ya debía ser de noche sobre la superficie.
Descendieron dejándose caer con una cuerda que alguien se había tomado la molestia de dejar allí. Era resistente y los puntos de anclaje estaba revisados por alguien con regularidad. Cada pocos metros encontraron asideros y plataformas, también en buen estado. Puede que nadie viviera allí (el agujero al Vacío era una buena razón para ello), pero sí era un lugar de tránsito.
Al fondo de la enorme sala, en el punto más alejado de la escala, se encontraron el cráneo superior de un animal enorme. Tenía, o tuvo, un hocico largo con dos grandes agujeros para la nariz, dos ojos frontales y el nacimiento de dos cuernos, estos habían desaparecido, al igual que los dientes. Uno podría entrar en la boca de un animal así. Concluyeron que se trataba de algún animal antiguo, una especie de cabra por los cuernos, de tamaño gigante. Nadie dijo lo que realmente pensaron.
Revisaron el resto del eslabón sin descubrir a nadie y decidieron descansar junto al cráneo enorme de la sala abierta. Desde allí podían vigilar la escalera (tanto arriba como abajo) y la disposición de esta indicaba que no mucha gente se acercaba a los restos.
– Quizás hay una razón -se escuchó mientras preparaban los sacos de dormir.
-¡Cállate Tempesta! -respondieron a coro Roba y Valtar.