1808 – El Correo

La Posta del Ahorcado es un pequeño puesto de descanso en cualquier camino que lleve de alguna ciudad importante a otra. Tus personajes han llegado a ella camino de una aventura o de regreso de una misión. Es un alto en el camino, un lugar de descanso y no tienen prevista ninguna complicación. Como tus personajes averiguarán fácilmente, debe su nombre a que ese punto del camino era lugar de ahorcamiento de los bandidos en el siglo pasado. Esa costumbre se perdió, pero no el nombre.

La Posta del ahorcado es una casa de piedra en su primera planta y adobe en la segunda con un tejado de paja y piedras. Es vieja, pero confortable. En la primera planta hay un gran salón con una barra y varias mesas con bancos de madera, la cocina con su alacena donde cuelgan chorizos, jamones y otros productos de matanza; en ella hay una trampilla que da a una bodega no especialmente bien provista. En la segunda planta hay cinco habitaciones con varios jergones y camas cada una más dos dormitorios individuales reservados para visitas de alta alcurnia o damas. El edificio tiene un añadido que se utiliza como caballeriza; las paredes no llegan hasta el techo que se sujeta gracias a recios troncos.< Sigue leyendo

1808, Rojo y Oro – 2×09 Cárcel para Vitango

Rojo y Oro

El oficial de la Hermandad (y sus superiores) sospecha que algo han tenido que ver en la partida y el desgraciado viaje de la unidad francesa. Nunca se ha fiado de Padilla, ni de Madales, ni, sobre todo, de Chaparro. Sabe que están confabulados con los guerrilleros o, peor aún, con los bandoleros, pero hasta ahora no ha podido demostrarlo. Sigue leyendo

1808, Rojo y Oro – 2×08 – La huida del francés

Rojo y Oro

Deserciones múltiples, desaparición del ganado y la superstición que ha bajado la moral de los hombres a las cotas más bajas. Estas son tierras difíciles, le confiesa el oficial de la ahora menguada mesnada. Padilla intenta convencerle para que se queden. Mire que los caminos de las montañas son traicioneros y que muchos se han Sigue leyendo

1808, Rojo y Oro – 2×07 – Con los franceses

Rojo y Oro

Tras la autoinculpación del soldado francés que mató a su compañero en un arrebato de celos por una mujer gitana que dicen rondaba el campamento, los hombres de la hermandad se han ganado el respeto y el reconocimiento de las autoridades francesas. Los tres, antes recelosos de acercarse donde las tropas invasoras acampaban, son ahora bien aceptado y recibidos incluso en las tertulias de algunos oficiales. Comparten vinos, chanzas y ese humor latino que tanto une a los pueblos. Sigue leyendo

1808, Rojo y Oro – 2×06 – Culpables

Rojo y Oro

Los tambores franceses retumban en la fría mañana de otoño. Llovió por la noche, pero la mañana llegó con nubes blancas que tapaban las vergüenzas del sol. Decenas de soldados, con sus casacas azules, sus correajes blancos, esperan gallardos y tiesos a que acabe la ceremonia. Un soldado, desabotonado, despeinado y con claros indicios de haber dormido poco, espera, con las manos anudadas a la espalda, a que aquel instante se alargue un poco más. Cada repique es un latido menos de su corazón. Pom, pom, se escapa su vida. Sigue leyendo

1808 – Ramón Lázaro de Dou y de Bassols

Ramón Lázaro nació en Barcelona el 11 de febrero de 1742. Su padre trabajaba en el tribunal del Almirantazgo de Cataluña como asesor y juez de letras. Estudió con los jesuitas de Barcelona y entre 1765 y 1767 hizo la carrera de Derecho en Cervera (Lérida), doctorado en Cánones. En 1970 ganaría la cátedra de Decretales en la misma universidad de Cervera.

Retrato de Ramón Lázaro de Dou y de Bassols realizado por Juan Antonio Benlliure y cuyo original se encuentra en el Congreso de los Diputados.

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1808, Rojo y Oro – 2×05 – Ajustando cuentas

Los franceses llevan más días de los que les gustaría a los de la Hermandad aplicando su arbitraria autoridad y molestando a la gente del pueblo. La taberna de El Cojo tendría que haber cerrado sino fuera porque Chaparro se empeña en mantener el negocio. Sin ir más lejos, el otro día, se insinuaron a Vicentita y eso sí que no se puede permitir; que unos incultos soldados importunen a la juventud casadera de la localidad. Padilla, un hombre cabal donde los haya, incluso llega a las manos en dicha ocasión. Sigue leyendo

1808 – Prendas del uniforme

En la actualidad, los uniformes de combate buscan ocultar al soldado no solo a la vista sino a los sistemas de reconocimiento electrónicos y por eso se les ve con esos patrones cuadriculados o triangulares con diferentes tonos. En la Segunda Guerra Mundial, el uniforme buscaba camuflar al soldado con el entorno natural y los patrones, más o menos redondeando, recorrían toso el abanico de verdes y amarillos. Sin embargo, al principio del siglo XIX, el uniforme del soldado intentaba que se le distinguiera y diferenciara de los soldados enemigos. Los mandos solían ponerse en posición elevada y distinguían a sus soldados y a los enemigos por los colores. En la memoria está el azul francés, el rojo inglés o el blanco español (que debía ser horroroso mantenerlo impecable). Sigue leyendo

1808 – José Ibor y Casamayor «Tío Jorge»

Tío Jorge - Imagen de dominio público

Nació en 1755 en el barrio del Arrabal de Zaragoza, en la margen izquierda del río Ebro y que aunque ahora es uno de los barrios antiguos de la ciudad, en aquella época estaba en la periferia (en el arrabal propiamente dicho). Era un barrio de agricultores que trabajaban en esa orilla del río. De pequeño llamaban a José Ibor (escrito Ibort en algunas fuentes) por dos apodos: «cuello corto» debido a su estatura, cuerpo robusto y corto cuello y «Tío Jorge» Sigue leyendo

1808, Rojo y Oro – 2×04 – Un día en la Ópera

Rojo y Oro

El sol despunta en los viejos montes y sus luces traen los primeros sonidos de las botas sobre los embarrados caminos. Clop, clop, una vieja letanía de opresión, azul y blanca. Están brillantes, acicalados. Deben haberse levantado a primera hora para presentarse en el pueblo bajo el son de una cabalgata de valkirias. Llegan a la plaza del pueblo y esperan marciales mientras el sargento empieza a dar órdenes y los soldados a escucharlas. El francés no suena bien dando órdenes; el francés nunca suena bien, opina Chaparro, mientras les ve evolucionar desde la ventana de la compañía. Sigue leyendo