Tras la autoinculpación del soldado francés que mató a su compañero en un arrebato de celos por una mujer gitana que dicen rondaba el campamento, los hombres de la hermandad se han ganado el respeto y el reconocimiento de las autoridades francesas. Los tres, antes recelosos de acercarse donde las tropas invasoras acampaban, son ahora bien aceptado y recibidos incluso en las tertulias de algunos oficiales. Comparten vinos, chanzas y ese humor latino que tanto une a los pueblos.
Las cosas, sin embargo, no están tan bien como aparentan y los franceses, que intentan ocultar sus problemas, no son buenos haciéndolo. Hay deserciones, no muchas, soldados cansados de la guerra que un buen día deciden volver a casa o deciden buscarse otra casa donde volver. En todos los ejércitos ocurren estas cosas y más según más avanza la guerra y más quietas están las unidades, el principio del invierno no amenaza con ninguna campaña, pero en esta ocasión es algo distinto. Los desertores no aparecen. Es cierto que alguno consigue su objetivo, pero casi siempre se les atrapa, casi siempre acaban en la cárcel o ejecutados. Si no pueden dar ejemplo, cómo van a evitar que la soldadesca no acabe imitándoles.
Padilla les escucha y asiente. Este terreno, les cuenta, es bastante traicionero y los caminos de las montañas que parecen anchos y practicables se vuelven tortuosos y mortales con las primeras nieves. No le extraña, les dice, que los desertores mueran. Sus cuerpos aparecerán en invierno en alguna vaguada o en el río. No me preocuparía en exceso, dice tranquilizando a sus nuevos amigos.
El ganado también está desapareciendo. No es mucho, una res aquí, unas gallinas allá. Las tropas se hacen acompañar de estos animales como una forma de garantizar el suministro de carne fresca. El invierno es mala época, pero el mando había conseguido reunir una buena remesa mediante la requisa y las amenazas. No parecía una mala unidad con la que vivaquear en estas fechas. Han registrado los carromatos de todas esas gentes que siempre acompañan a los ejércitos en campaña, pero solo han conseguido espantar a algunas meretrices, a algunos jugadores y algunos sacamuelas. También han buscado en el pueblo, pero allí tampoco han encontrado a las reses.
Padilla vuelve a asentir y les cuenta la historia de la comarca y como se dice, ya en los tiempos de su abuelo, que unas brujas maldijeron las aguas del río y las hierbas de las laderas y que aquel que paciere o bebiere en determinados lugares abandonaría la tierra de los mortales y se perdería en la tierra de las hadas. Es, les dice, un cuento para los niños, pero aún hoy día, hay zonas del río por las que no cruza y colinas donde no se detiene…