En tiempos remotos, los chamanes kotai esculpían estas estatuas en forma de animal a partir de ciertas piedras, rocas o cantos de río especiales, elegidos por albergar aletargado en su interior un arbian, un espíritu de la naturaleza.
El chamán que la moldea con sus propias manos debe poner toda su voluntad y su corazón en su tarea, ya que de otro modo la atadura mística no tendrá éxito y la escultura estallará en mil añicos cuando el espíritu sea despertado y se revuelva furioso (probablemente hiriendo o matando al chamán).
Como primer paso, el chamán aspira el humo resultante de quemar ciertas hojas y raíces secretas para sumergirse en un trance místico, durante el cual emplea arcilla roja mezclada con su propia sangre para crear una estatua de barro. A modo de corazón, en el interior coloca la piedra que contiene el arbian. El chamán modela la arcilla, dándole la forma del tótem animal de la tribu. Al amanecer, tras terminar su obra, consagra su trabajo a sus ancestros derramando un cuenco de agua al amanecer y declamando sus nombres hasta donde alcance su memoria. Sigue leyendo