Victoriosos del juicio por combate en Torrentebravo, la caravana de Lobo abandona el grakin dejándoles sin jefe y sin chamán, algo que no preocupa a los miembros de la caravana. El destino del grakin es incierto porque Lobo se encargará de que todo Pangea sepa que en Torrentebravo no son nada hospitalarios.
Varias jornadas después, por un terreno con ausencia de grakines, la caravana ve unas extrañas luces en las tierras del norte. Se trata de una luminosidad más fuerte que la vikana y que, desde la planicie donde están, se observan como telas que danzaran en el cielo. El fenómeno es sobrecogedor, Adebbi se muestra muy atemorizado, pero Slissu cree que son fuegos fatuos de algún pantano cercano. Nadie cree su explicación porque esos «fuegos» ocupan todo el cielo y parecen que llegan incluso más allá, a los fuegos que lucen en el cielo. Patas, Bigotazos y Perezosos están muy intranquilos.
Por la mañana, tras una noche casi en vela, la caravana se despierta con el temblor del suelo. No es un terremoto, es el retumbar de miles de pezuñas sobre la seca tierra. ¡Una estampida! reconocen todos al instante y empiezan a prepararse para huir del lugar. Sin embargo, para su sorpresa, la mañana descubre que no se trata de una estampida. Hay muchas cabezas de ganado y muchos animales de carga, pero no están desbocados. Junto a ellos andan muchos pastores, de diferentes razas, principalmente medwan. Una mirada más atenta permite descubrir a niños correteando entre las patas de los animales, a madres desesperándose por sus travesuras y a anciano que intentan mantener el paso de la comitiva. Vienen del norte, pueden ser unos cien y llevan andando muchas jornadas. El jefe de aquel grupo nómada se separa del grupo y se acerca a la caravana:
– Buen día -les dice-, soy Amaruk, jefe del Grakin Errante…