Los Marín-Solana, en la época en que se requirió a la agencia sus servicios, eran una familia muy bien situada en la alta sociedad de Cunia. La fama que poco a poco iban alcanzado Clara y sus trabajadores, sin ser aun excesivamente notoria, hizo que el cabeza de familia, Don Álvaro, decidió contratarles.
Alguien estaba chantajeándolo. Su hijo, el menor de ellos, tenía cierto vicio por el juego. Y por acumular deudas. Bastantes. Deudas que su padre liquidaba con cierta prontitud y mucha discreción.
Desde hace unas semanas estaba recibiendo de un desconocido pruebas de las deudas de su hijo. Y si no hacia frente a ciertos pagos, importantes y posiblemente recurrentes, este se encargaría de airear a toda la sociedad pudientes su pecadillo. Y Don Álvaro, descendiente de una familia con mucha solera desde tiempos inmemoriales, no estaba dispuesto a arrastrar por el fango de la humillación el nombre de sus antepasados.
Claro está que ya se sabe que no existe nada que sea cien por cien privado. Seguro que alguna gente sabe de ello. Pero otra cosa es que sea de público dominio. Sigue leyendo