Pensábamos que la Cunia del siglo XXI perduraría en el tiempo como una fotografía indeleble, pero el paisaje urbano ha cambiado de la noche a la mañana por culpa de una pandemia. La gente ya no acude a reuniones con desconocidos, las fiestas han quedado limitadas a un reducido grupo de amigos y a nadie se le ve ya la cara por la calle. Las mascarillas han venido para quedarse en la ciudad. Hoy nos parece habitual algo que hace unos días parecía un exotismo del barrio chino. Y como dicen en sus calles: crisis se traduce como oportunidad.
Eso es lo que han pensado un montón de investigadores de Cunia que carecían de licencia como tales y que han visto en la demanda de rastreadores de atención primaria (para perseguir contactos de personas contagiadas) una oportunidad de dar cierta legalidad a sus asuntos. Y, para su sorpresa, han encontrado cierta demanda de sus habilidades, no solo en la administración, sino en empresas y organizaciones.
Aunque han hecho un cursillo y, en teoría, tienen nociones de psicología y de inmunología para poder tratar a los posibles infectados, la realidad es que la mayoría conoce los métodos duros del oficio del investigador: seguimiento, acoso, escuchas, clonación de móviles y demás artes oscuras. Sin embargo, están resultando métodos bastante efectivos porque la pandemia se está controlando. Los casos detectados se detienen en los contactos de primera instancia antes de que estos desarrollen la enfermedad. El número de brotes en la ciudad es mínimo y estos son muy reducidos, a diferencia de otras urbes con densidades de población parecidas. Sigue leyendo