Número: 177. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Dicen que el Wukran camina por la tierra en las noches cortas del verano. Dicen que lo hace porque es cuando menos se le espera, cuando la gente cree que está más protegida y es por esa creencia que muchos caen bajo su embrujo. La locura de las noches cortas del verano afecta a bestias, a esclavos y a seres libres.
Se empieza durmiendo mal, con sueños ligeros, llenos de pesadillas, que están alimentados por las historias que se cuentan al abrigo del anochecer y fortalecidos por el cansancio de las largas caminatas. El zumbido de los mosquitos no deja dormir y sus picaduras hacen del día una tortura de picores y alivios más o menos inefectivos.
El mal dormir, el mal descansar, afectan pronto a los humores y las palabras se responden con frases cortas o con gruñidos y cosas que hubieran resultado indiferentes se responden con malos gestos. Es ahí cuando el Wukran empieza a hacer efecto y cuando cualquier nimiedad se convierte en una ofensa.
Dicen las leyendas que la caravana del Lobo fue afectada en una ocasión por dicho mal camino del desierto. El Lobo hacía guardia en medio de camino, malhumorado, molesto y aferraba su lanza hasta blanquear sus nudillos. Y entonces, en el momento más oscuro de la noche apareció un anciano que vestía viejas pieles que parecían a punto de caerse y se apoyaba en un cayado de retorcida madera ennegrecida por el uso. Sus manos tenían dedos largos con las articulaciones muy marcadas; sus uñas desconocían el agua. Y el anciano miró al Lobo con media sonrisa que dejaba ver sus dedos amarillentos. Sus pupilas parecían no tener párpados y le miraron como si pudieran atravesar y capturar su espíritu. Ojos rojos que reflejaban las llamas de fuegos inexistentes.
Lobo le sostuvo la mirada. Y eso fue suficiente.