Por: Olef, hijo de Oleg
Con las reservas repuestas después de la Gran Cacería y habiendo devuelto algunas afrentas del pasado, la caravana de Lobo emprende el camino hacia el sur. El frío va desapareciendo según avanzan y los caminos están rebosantes de hierba. Patas, Bigotazos y Perezoso ramonean a discreción con las tiernas hojas que asoman al borde del camino. Esta tranquilidad se extiende a toda la caravana e incluso los esclavos parecen contentos de viajar hacia tierras más amistosas y cálidas. A lo lejos, en los prados, se ven algunos grandes herbívoros, pero Lobo decide dejarles en paz. No podrían cargar con ellos si les dieran caza.
Aarthalas es la única del grupo que no sonríe, aunque en ella no es tan extraño. En esta ocasión, sin embargo, su rostro es más sombrío que de costumbre. Lobo, para quién estos detalles no pasan desapercibidos, ajusta su paso para acercarse a ella y camina en silencio esperando que sea la dwandir quién se decida a hablar. No lo hace, pero cuando el camino asciende ligeramente y se impone sobre el paisaje, sus ojos le señalan a Lobo hacia el este. El veterano comerciante mira sin hacer preguntas y, entonces, lo ve. Una pequeña roca, no más alta que una vara, con una calavera sobre ella y a unos cientos de pasos del camino. «¿Qué es?» interroga con la mirada. Sigue leyendo →