Las noticias eran halagüeñas. El frente alemán parecía roto tras la operación Cobra y aunque habían sido días duros viendo enterrar a los suyos y a los de ellos, el optimismo reinaba en el cuartel general y se iba filtrando hacia los escalones más bajos. Había gente que hablaba de llegar a Berlín antes de Navidad. Pero la Sangrienta Siete tenía suficiente experiencia como para saber que la guerra nunca acabaría. Si llegarán a Berlín, habría que ir a Viena o Tokio y quién sabe si no tendría que ir a visitar a los que hoy son Aliados, en Moscú.
El optimismo no era bueno, tanta alegría hacía que todos fueran menos prudentes y allí fuera aún había muchos boches a los que mandar al agujero. Gonzalez, como siempre, era el más pesimista. «Ya verás como a alguien«, decía, «se le ocurre pronto una tontería«. Y su pesimismo tenía fama de hacerle un gafe, pero no es cenizo si siempre pasan cosas malas. Allí estaba el capitán, sonriendo de oreja a oreja, y diciendo que montarían sobre los carros para proseguir el avance a su ritmo. Sigue leyendo