La playa ha quedado atrás y las fortificaciones frente a las que tantos murieron ya serán un peligro, pero eso no significa que el día haya concluido. Acompañados por dos M4 o, más bien, acompañándolos a ellos, la Sangrienta Siete avanza por una carretera francesa con el sol que empieza a ocultarse en su camino. Llevan un rato sin ver a ninguno de los boches, pero no creen que ya hayan acabado con ellos. Frente a ellos hay un pueblo, uno más, y es un buen lugar donde pasar la noche, lástima que haya que tomarlo antes de poder hacerlo.
La primera señal de presencia enemiga llega de un fusil de un francotirador desde el interior de una casa. Uno de los novatos, que ni siquiera era de su unidad pero lo habían reclutado por el camino, cae al suelo. Todos corren a protegerse, en la vereda del camino o junto a los carros. A Gonzalez le vuelan el casco por no agacharse lo suficiente en un segundo disparo, pero con su fortuna la cabeza se queda en el sitio. El carro de cabeza gira la torreta. Un tercer disparo impacta cerca del visor y el sonido del cañonazo apaga cualquier otro ruido por unos instantes. Una casa se derrumba en medio del humo.
Vuelven a avanzar, con un carro apuntando a la derecha de la calle y un segundo a la izquierda. Cada vez que llegan a una bifurcación se detienen y son ellos los que deben realizar la exploración por si hubiera un cañón escondido en la bocacalle o alguno de esos nazis con un panzerfaust en una ventana. Hay disparos y mueren algunos alemanes y algunos civiles, pero nadie los cuenta.
Algunas ventanas tienen sábanas blancas en sus balcones, pero han recibido órdenes de no fiarse de ninguna señal y aunque no la hubieran recibido, la Sangrienta Siete tampoco se fiaría. Una a una van revisando todas las casas mientras los sherman siguen avanzando con el traqueteo de las cadenas como una amenaza. Cuando llegan al otro extremo del pueblo, unos 15 alemanes huyen a la carrera, hasta el siguiente obstáculo, hasta el siguiente parapeto, pero la noche ya cae en Francia y ha llegado el momento de hacer un alto. El sargento Rogers busca un lugar protegido, pero desde poder vigilar bien. Esa noche tendrán un contraataque.
-Bien Jefe -dice Moore mientras apoya su rifle con mimo junto al petate-. Parece que hemos sobrevivido al Día D.