Número: 172. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
En el casino de la capital de la provincia apareció en la tarde de autos una mujer vestida de negro, de riguroso luto, que respondía al nombre de Doña Bernarda y que era la viuda reciente de uno de los miembros de dicho casino. La mujer expuso a la junta la última petición de su marido: leer un escrito en el que había estado trabajando. Dadas las estrictas normas del casino, se lo ofreció para que lo leyera alguno de los socios, pero el presidente del casino, un reformista afrancesado, explicó que Doña Bernarda no debería verse en su condición de mujer, sino como el desaparecido miembro del casino y la invitó a que ella misma leyera los escritos de su marido.
La asamblea extraordinaria causó gran expectación y la platea estaba llena de socios que deseaban escuchar los últimos pensamientos de un prominente miembro del casino. Doña Bernarda subió al atril de los conferenciantes y ocasionó algunos murmullos, que fueron rápidamente acallados por la mirada del presidente. Llevaba cuatro cuartillas escritas a mano en una letra menuda, pero clara y sencilla de leer. Miró a los asistentes, a los papeles y comenzó a hablar sin volver la vista al manifiesto.
Doña Bernarda habló con voz encendida de la estructura del Estado, del germen que deben suponer las Juntas para constituir un estado de municipios, sin reyes impuestos por la sangre o por las armas. Dijo que la España del siglo XIX debería ser una nación de individuos gobernados por su propia voluntad y deseo y dijo que en dicha nación las mujeres debían estar en primera fila de la vida política, social y económica.
En ese punto el discurso fue interrumpido por el abucheo y pataleo de los asistentes y Doña Bernarda fue invitada por alguno de los miembros de la junta a abandonar el local. El suceso no habría pasado de ser una anécdota en la página de sucesos: "Una mujer excita a los miembros del casino" de no ser porque uno de los asistentes a la charla era un amigo cercano del gobernador y las palabras de aquella mujer (ya parecía claro que no eran de su marido y que las había pronunciado con impostura) le parecieron muy peligrosas, el inicio de algo que había que cortar de raíz.
Las órdenes de captura se cursaron por toda la provincia y llegaron hasta nuestros protagonistas de las mangas verdes. Ellos miraron la orden, se acercaron a casa de Doña Bernarda y tras tomar un refrigerio acompañado de galletas con ella, retornaron a su cuartel donde, con diligencia, informaron que la susodicha había sido reprendida según exigía la normativa vigente.
-¿Y no la vamos a detener? -pregunto Madales.
-Sería la primera vez que hacemos caso a los de la capital -respondió el sargento.
-Me pregunto por qué lo hizo -insistió el cabo.
-Y yo por qué no ocurre más…