Un guionista en ciernes, de la pila de guionistas que teclean furiosos para poder inmortalizar su nombre y salir del anonimato, ha pedido una cita en la agencia. Quiere denunciar un robo.
Lleva unos meses escribiendo el corpus de un guión para una serie que dice que lo petará. Está en conversaciones con una productora nacional de las potentes. Y es más que probable que sus ideas se plasmen en imágenes muy pronto. Y que tenga recorrido internacional. Y que sea la ostia, vamos.
Y ese guión ha desaparecido. De su ordenador y de la nube, en todos los servicios donde tenía copia. Se lo han robado. Alguien pretende apropiarse de sus ideas, no dejar pruebas de que él es el autor y luego forrarse con su desarrollo. Es por ello que les trae su portátil para que procedan a rastrear el crimen.
Tiene una «pequeña» lista de sospechosos, básicamente gente de su gremio, y, como él no tiene madera de CSI, necesita de los servicios de la agencia para descubrir al felón de turno. Sigue leyendo