El camión traqueteó a oscuras por una vieja carretera rodeada de casas y pequeñas vallas de piedra. Iban en un convoy, en silencio, camino del desembarco y en igual silencio desmontaron de los camiones y se subieron a un barco de tropas. ¿Cuántos iban en él? ¿100? ¿2000? Demasiados en cualquier caso hacinados en la cubierta de aquel navío que se zarandeaba al capricho de las olas. En el horizonte esperaban los buques de escolta.
No creo que sea la invasión, jefe, la mar está muy picada dice Peters dirigiéndose al sargento. Este le responde que se calle.
Los barcos navegan un buen rato, como dos horas en un mar que se va complicado a cada momento. El barco cabecea de arriba abajo y muchos soldados están dejando parte de sus estómagos por la borda. No hay sitio para todos y algunos vomitan en sus cascos. El olor empieza a ser insoportable.
No creo que sea la invasión, jefe, nos dirigimos a la estrella polar. de nuevo Peters y de nuevo una orden para callarse. Sigue leyendo