Detenidos junto al río Furiano y un territorio montañoso sin carreteras ni senderos que lo atraviesen, los miembros de la Sangrienta Siete vigilan los alrededores desde las faldas del Etna. Desde su posición pueden ver el avance de sus compañeros al norte, en la costa. El lento avance británico por la costa este. Lo que más indigna a los muchachos es la cantidad de unidades en reserva que los Tommys mantienen. ¿Por qué no las lanzan todas al combate? Se preguntan. Al noreste pueden seguir la retirada de los alemanes e italianos a través del estrecho de Messina. No alcanzan a ver el puerto, pero sí la llegada de los barcos al otro lado del brazo de mar.
Peters sugiere que avisen a la artillería para que así espabilen los británicos, pero el sargento opina que ya tienen bastantes problemas como para ir dando falsos avisos por la radio. No fiándose de sus compañeros, le quita el contacto a la radio y se lo mete en el bolsillo. Su actitud no parece molestar a nadie.
De repente, uno de los novatos sube trabajosamente por la pendiente, jadea y le cuesta unos segundos recuperar el resuello.
-Sargento -dice por fin -los fifalianos… los fitafianos… los italianos -aclara por fin y señala hacia el este.
Una rápida mirada les descubre una columna italiana, unos cien hombres avanzando por un sendero de la montaña. Descienden a toda velocidad los 500 metros de altura que separan su puesto de observación de la verdadera posición designada por el mando. Los novatos han hecho un buen trabajo y hay agujeros y troncos de madera para cobijarlos a todos. Le pasa el contacto a Moore y le da instrucciones para avisar al mando de un posible contraataque.
Snelling posiciona la ametralladora y coge a uno de los novatos para que le sirva la munición. Peter se coloca a la derecha para pillar desenfilado cualquier avance. El resto se coloca a la izquierda de la ametralladora.
No han tardado ni un minuto en hacerlo, pero tendrán que esperar algunos más hasta que ven al primer italiano. Snelling dispara y su primera ráfaga pasa por encima del oficial que iba en cabeza de la marcha.
-Lo he hecho a propósito -anuncia para que le oiga todo el mundo.
El oficial levanta las manos, no parece armado. Un segundo hombre llega a su altura e imita el gesto. No parece nadie más.
-Es una trampa jefe, no se fíe -expresa su opinión Gonzalez sin que nadie se la pida.
El sargento se levanta, pese a las indicaciones de todos para que no lo haga.
-¿Qué queréis? -pregunta con desprecio.
Es el segundo quién responde en un mal inglés.
-Rendir nosotros ahora.
-Mucho papeleo jefe, carguémonoslos -anima Snelling moviendo la ametralladora en un anticipo de los disparos.
-¿Por qué no os rendís a los británicos?
-No británicos, australianos. Comen prisioneros.
Rogers sonríe, ya había oído ese rumor en África.
-Les cuentan esas cosas -señala Gonzalez-para que nos tengamos que ocupar nosotros de ellos. Dígale que somos de Nueva York y que también comemos gente.
Pero el jefe no escuchaba, Snelling tampoco…