Número: 190. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Permanecieron agazapados varias horas y estudiaron el comportamiento de los desertores. El hombre del burro acabó marchándose y les vieron preparar la zona con cierta desidia. Es indudable que eran soldados, pero hace tiempo que habían perdido el hacer castrense.
No se alejaban mucho ni para tirar los desperdicios ni para hacer sus necesidades y tampoco se habían molestado en preparar un tejado para los cuatro viejos muros en los que se cobijaban. No había una estructura de mando y discutían como bellacos al primer desacuerdo. Se amenazaron con sacar las sangraderas, pero eran bravuconadas vanas, ninguno de ellos quería perder la vida por una tontería, ni por algo más importante a tenor de su estado actual.
—Cobardes —murmuró Chaparro con desprecio.
—¿Franceses o españoles? —preguntó el sargento. Aunque habían hablado entre ellos, estaban lejos para entender lo que decían. Las ropas tampoco ayudaban porque se habían disfrazado de labriegos y no conservaban, si quiera, sus botas.
—Espero que españoles —respondió Madales—, no me gustaría tener que llevarlos hasta los campamentos franceses.
—No sería necesario llevarlos —sentenció Chaparro.
Les observaron mientras preparaban la cena junto a un fuego preparado fuera de los muros. Sin tejado, hacerlo dentro hubiera sido más inteligente, pero ya había quedado claro que aquello no era lo suyo. No había mucho condumio, puerros y zanahorias, verduras de hoja verde que previamente lavaban, frutos rojos, posiblemente tomates, y pimientos. Todo ello en un tarro de barro. ¿Qué estaban haciendo?
Para cenar, se sentaron todos junto al fuego y compartieron aquel despropósito en varios platos de loza vieja y empezaron a comerlo.
—¡Se las comen crudas! —comentó con asco Chaparro.
—¡Franceses! —confirmó Madales con disgusto.
—Sea como fuera, será su última cena fría —afirmó el sargento levantándose y dirigiéndose a los cuatro desertores.