Llego hasta aquí
La lonja
Pescados y Mariscos
Ubicado cerca de la zona más turística del puerto de Cunia, Pescados y mariscos «La Lonja» es uno de esos lugares que te tienen que descubrir. No aparece en las guías ni tiene página web y la gente local parece reacia a darlo a conocer a los extranjeros. En realidad se trata de una pescadería al viejo estilo, con los mostradores de piedra donde descansan las piezas de pescado sobre una mezcla de hielo y verduras, un ventilador gira en el techo con algunas cintas de colores para espantar a las moscas y el único gesto de modernidad es un dispensador de turno que hace años nadie recarga. José, el dueño, cree que ese chisme no hace más que dar problemas. Pegada a la pescadería, pero formando parte del mismo conjunto, hay un pequeño bar donde se ofrecen todo tipo de tapas cuya base es el pescado: pescadito fritos, calamares, sepia, gambas a la plancha, cigalas. Su repertorio es enorme y su calidad impresionante. Luis y María, los que atienden el bar, son muy buenos en su trabajo y saben atender y agasajar a sus clientes.
La rutina habitual de los clientes es entrar en la pescadería, pedir la vez (Antonio, uno de los ayudantes anota el nombre en un papel de envolver pescado) e ir al bar de al lado a tomarse una cañita junto unos pescaitos (o lo que se tercie). Cuando están atendiendo al que está delante de ti, el propio Antonio se asoma al bar, grita tu nombre, para que apures la cerveza y vengas a hacer el pedido. Una vez hecho, si quieres, puedes volver a la mesa de nuevo y el propio Antonio te lo llevará y cobrará. La confianza en la calidad del producto es tan alta que los clientes rara vez se quedan a ver cómo José les prepara el mandado.
Además del acierto de haber unido el bar de espera con la pescadería, el secreto de La Lonja es una flota de barcos pesqueros que todas las mañanas salen a faenar. Alguno vuelven la misma mañana y otros se adentran un poco más y vuelven a los dos días con la pesca mayor. Dicen las malas lenguas que la flota de José conoce caladeros secretos que no comparte con otros pescadores y a quién asegura que han amenazado a otros pescadores por meterse en sus aguas territoriales. Nada de ellos se ha podido probar y, posiblemente, no sea cierto. Lo único cierto es que los pescados de La Lonja pasan directamente del mar a la pescadería y es difícil encontrar algo tan fresco en toda Cunia. Naturalmente, su capacidad de pesca no es grande y por eso los que conocen el secreto lo guardan. Si fuera mucha gente, el pescado bueno se acabaría enseguida o subiría aún más de precio.
Se puede llamar por teléfono para reservar una pieza o hacer un pedido, pero hay que llamar a primera hora porque en cuanto abren la pescadería (a las 11:00) ya no cogen el teléfono a nadie (y este suena y suena). Mucho restaurante de lujo encargan a La Lonja las mejores piezas de su menú. José las prepara y las guarda en una cámara frigirífica y los aprendices de cocina se van pasando a lo largo de la mañana, se toman su perceptiva caña en el bar, y se llevan el pedido.
Lo que la verdad esconde
José y Luis son, en realidad, unos traficantes o, si la palabra aún se utilizara en ese sentido, unos contrabandistas. Algunos de sus barcos faenan por caladeros secretos, pero no son peces, precisamente, lo que cogen en sus redes. Allí se encuentran con otros barcos (generalmente lanchas fuera borda) que les traspasan algunas mercancías delicadas. La carga se introduce en el interior de algunos peces y es descargada en el puerto junto con la pesca del día.
Nunca se introducen en Cunia grandes cantidades de nada, por lo que no es un método adecuado para introducir droga, pero sí para otros objetos como tecnología robada en terceros países que no debe pasar por la aduana, armas personales, munición especial, diamantes, oro, etc. Las tarifas de La Lonja no son muy elevadas y como trabajan para todo el mundo (incluso agencias del gobierno) no tienen problema con ninguno.
Los destinatarios de los paquetes recogen su mercancía acudiendo a comprar a la pescadería. Dan su nombre, Antonio les apunta y cuando les toca el turno, José saca su pedido ya preparado y Antonio se lo lleva a la mesa, pagan y se van con su mercancía y algo de pescado fresco de regalo.