Llego hasta aquí
Breve historia de Cunia: Baja Edad Media
En el año 1233 Cunia se rindió a Jaime I el Conquistador. Fue ésta una conquista pacífica y pactada ya que la ciudad se entregó sin luchar tras sellar un pacto en el que se prometía respetar las leyes y costumbres de los sarracenos, que seguían formando la gran mayoría de la población.
Con la conquista de la taifa de Valencia se cierra el ciclo de conquistas aragonesas en la Península, ratificado por el Tratado de Almizra (1244), el cual marcaba los límites definitivos entre Castilla y Aragón. Sin embargo, la Corona aragonesa jamás consiguió eliminar las fronteras internas que, a causa de los antagonismos de sus respectivas oligarquías, separaban a catalanes, aragoneses y valencianos. Y en ésta, como en tantas otras ocasiones, los avispados cunienses supieron nadar entre dos aguas y mantener una amplia autonomía.
Sin embargo, en el año 1251 Jaime I incumplió los acuerdos previos y derogó unilateralmente el fuero de la ciudad, sustituyéndolo por uno casi idéntico al de Valencia. Eso significaba que se desposeía a los musulmanes, casi tres cuartas partes de la población, de todos sus bienes y propiedades, que debían ser entregadas a colonos cristianos procedentes del norte. Por supuesto, la medida provocó una violenta revuelta durante la cual fue martirizado Ioannes Carolus, obispo de la ciudad, quien fue apresado por la turba y arrastrado por un caballo hasta la llamada "piedra celta", una gran roca plana con extraños símbolos en las cercanías de la ciudad, un lugar con fama de estar embrujado en donde, según la leyenda, las antiguas tribus bárbaras celebraban rituales paganos. Según los hagiógrafos, el caballo depositó al obispo suavemente sobre la piedra, en donde exhaló su último aliento. La historia dice que, en el momento de su muerte, todos los árboles que había en las inmediaciones florecieron súbitamente. Su cuerpo fue recogido por sus seguidores y enterrado junto a la gran roca, la cual quedó purificada y bendita por la sangre derramada (manchas de sangre que aun hoy en día pueden verse). En torno a la roca se levantó una modesta ermita, con la piedra misma como altar.
Apenas unos días después, las tropas que previsoramente el Conquistador había acantonado cerca de Cunia se ocuparon de sofocar la revuelta a sangre y fuego. Cientos de musulmanes fueron apresados y ejecutados como venganza por el asesinato del obispo Carolus. Algunos historiadores creen que la flagrante provocación por parte de Jaime I buscaba en realidad que los musulmanes cayesen en la provocación y creasen el casus belli que justificase la brutal represión posterior. En cualquier caso, en el año 1284 el Papa Martín IV canonizó a Carolus con el nombre de San Carlos de Cunia, patrono de los herreros (ya que había sido ejercido tal oficio antes de tomar los hábitos) por lo que el obispo ordenó que su cuerpo fuera trasladado a una pequeña iglesia del interior de la ciudad. Sin embargo, días después el cuerpo del santo fue robado por sus devotos, quienes no deseaban que el cuerpo fuera movido de su lugar de descanso. Sin embargo, elementos criminales a sueldo del gremio de herreros de Cunia (que era muy devoto de San Carlos) se hicieron con el cuerpo. Finalmente, tras varias tribulaciones, el cuerpo del santo fue troceado y vendido por partes en forma de reliquias, las cuales siempre han sido muy populares entre las familias más pudientes de Cunia. Esto a su vez propició la aparición de numerosas reliquias falsas. De hecho, a mediados del siglo XIX se decía que si se reuniesen todos los supuestos "trozos" de San Carlos se hubiera podido levantar un ejército tal que los franceses nunca hubieran podido invadir España. San Carlos también da nombre a uno de los dulces típicos de Cunia, los "dedos de San Carlos", un dulce hecho de mazapán y decorado con una almendra a modo de uña. La festividad de San Carlos se celebra el día 27 de enero y es fiesta local en el municipio.
En cualquier caso, una vez sofocadas las revueltas, un gran número de "colonos" procedentes del norte se instalaron en la ciudad, lo cual propició la progresiva consolidación de la supremacía cristiana en la ciudad.
Empujada por el comercio y dueña de las Baleares, la Corona de Aragón buscó a partir de entonces la expansión por el Mediterráneo, aventura imperialista heredada posteriormente por la monarquía española.
Pedro III el Grande aprovechó las llamadas "Vísperas sicilianas" (1282) para anexionarse Sicilia e iniciar con ello la pujante política de expansión marítima de la Corona de Aragón, la cual respondía perfectamente a los intereses mercantiles de los navegantes cunienses.
En tiempos de Jaime II, un ejército de mercenarios almogávares financiado en buena medida por burgueses cunienses intervino activamente en los asuntos del imperio bizantino, apoderándose de los ducados de Atenas y Neopatria, que quedarían en manos de Aragón hasta 1388.
En el año 1304, el viejo palacio árabe de Cunia fue temporalmente cedido a la Orden del Temple, la cual comenzó a fortificarlo de cara a adaptarlo a sus necesidades. Sin embargo, la reconstrucción iniciada no llegaría a terminarse ya que la disolución de la Orden provocó que los templarios cunienses renunciasen a su posesión en el año 1311.
Entre los años 1350 y 1400 fue levantada la Iglesia de San Judas de Cunia. En su interior se encuentra un impresionante fresco en el que aparecen las tres tentaciones de Cristo y en el que el Demonio es representado en forma de mujer, en la que probablemente sea una de las pocas representaciones femeninas del mismo que existen en todo el mundo.
En el año 1391 por toda la península estallaron los pogromos contra los judíos, que también se hicieron sentir con gran violencia en Cunia. A finales del siglo XIV Cunia todavía era una ciudad con una significativa población judía y musulmana, la cual alcanzaba casi el 30% de la población. Había ocho sinagogas y tres centros de estudio y oración o madrazas. Todas fueron destruidas tras el pogromo de 1391 y solo se ha podido identificar con seguridad la Sinagoga mayor o Sinagoga vieja, reconvertida en la actual Iglesia de San Blas.
El 4 de agosto de 1391 las revueltas llegaron a la ciudad. El call de Cunia fue atacado durante la noche, de igual forma que había ocurrido en otras ciudades. Bajo el pretexto de obligar a los judíos a convertirse al cristianismo, una multitud rabiosa entre la que se encontraban clérigos y criados de las casas nobles irrumpió en el call de la ciudad. La turba saqueó y prendió fuego al barrio, apresando o dando muerte a todo el que no pudo ponerse a salvo. Al norte de la ciudad existía un importante y antiguo molino, a donde fueron llevados gran cantidad de prisioneros y que a partir de entonces fue llamado Molino de la degollina, de la judiada o del mataderillo (en el actual barrio de Playa del Cayo). En palabras del cronista Juan Moraleda y Esteban (1911): "... numerosos hebreos cayeron en la fosa, bien pasados por la hoguera, bien pasados por las armas blancas, ora despeñados, ora arrojados a las cisternas. Un considerable número de adeptos a la ley mosaica sufrieron torturas tremendas, siendo degollados, hacinados, estrujados, deshechos en las mismas muelas o piedras de sus molinos, enrojeciendo con sangre las aguas del Tajo por mucho tiempo".
Las matanzas se prolongaron durante tres días, durante los que fueron asesinados casi la mitad de los judíos cunienses. La mayor parte de los que no pudieron ponerse a salvo se vio obligada a aceptar el bautismo para salvar sus vidas. Según denuncia la carta de un monje franciscano que se encontraba de paso en la ciudad, los hombres fueron asesinados mientras que las mujeres y los niños fueron vendidos como esclavos a los musulmanes.
El viejo call de Cunia ardió hasta los cimientos, aunque pronto fue reconstruido en un nuevo emplazamiento (la judería situada en el actual barrio de la Catedral). Como tantas otras veces en la historia de Cunia, los asesinos se apoderaron impunemente de las viviendas y bienes de sus víctimas...
Mientras tanto, al fallecer sin sucesión directa el rey Martín el Humano, los representantes parlamentarios de Aragón, Valencia y Cataluña arbitraron un original procedimiento electivo, el llamado Compromiso de Caspe de 1412, en el que designaron como nuevo monarca a Fernando I, miembro de la dinastía castellana de los Trastámara.
En este contexto se produce el llamado cisma de Occidente, el cual marcaría la historia de la Iglesia con la presencia simultánea de varios Papas. Uno de ellos fue Pedro Martínez de Luna, más conocido como el Papa Luna. Sustituyó a Clemente VII como Papa de Aviñón con el nombre de Benedicto XIII, al tiempo que otro Papa se instalaba en Roma con la obediencia de ingleses, alemanes e italianos. Por su parte el Papa Luna, que era reconocido por Aragón, Navarra y Castilla, se autoexilió en Cunia, en donde entraba el 21 de julio de 1411 asentando allí la sede de su papado (con lo que la ciudad quedaba fuera de la jurisdicción de Aragón) y convirtiendo la fortaleza de los templarios en palacio y biblioteca pontificia.
Con el tiempo, Castilla, Navarra y, aunque más tenuemente, Aragón le retirarían su respaldo. Benedicto XIII fue finalmente depuesto en 1417 y declarado "cismático y hereje". Ese mismo año fue elegido Papa de forma casi unánime Martín V, quedando así expédita la vía para restablecer la unidad en la Iglesia Católica.
Benedicto XIII siguió inamovible en su postura y falleció en Cunia en 1423, a la avanzada edad de 96 años. Tras su muerte sus cardenales eligieron a su sucesor, Clemente VIII, último papa de la obediencia de Aviñón, que residió en Cunia hasta su forzosa abdicación en Martín V. Ésta se produjo en 1429 debido a las presiones políticas de Alfonso V. Esta última abdicación puso fin al Cisma.
Mientras tanto, Alfonso V el Magnánimo reanimó y llevó a su apogeo la hegemonía aragonesa en el Mediterráneo Central: conquistó el reino de Nápoles, se convirtió en árbitro de las intrigas políticas en Italia e intentó frenar el avance de los otomanos.
Juan II, rey también de Navarra por su primer matrimonio, supo vencer, tras largos años de guerra civil, una violenta insurrección de Cataluña, que puso en peligro la unidad de la Corona de Aragón en un periodo de crisis económica y de graves convulsiones sociales (impuso la obediencia a la Corona en unas capitulaciones firmadas en Pedralbes en 1472). Tuvo que renunciar a los condados del Rosellón y la Cerdaña pero sentó las bases de la futura monarquía española al lograr casar en 1469 a su hijo Fernando con la heredera de Castilla, Isabel I de Castilla. Convertida en reina Isabel, Juan II concedió a su hijo Fernando el título de rey de Sicilia para que luciera un título parejo al de su esposa. Fernando II accedió al trono de la Corona de Aragón en 1479.
Comenzaba así una nueva era de la historia España: el reinado de los Reyes Católicos.