Las primeras sospechas se giran hacia Frascaleto, su vecino, con el que no hacía buenas migas y que, además, es dueño de un viejo trabuco y amigo de sacarlo a pasear. Tanto Padilla como Madales y Chaparro recuerdan un mal día en el que todos fueron a cazar un esquivo lobo a esas mismas montañas. Frascaleto, por fortuna para él, estaba en el pueblo a la hora del asesinato y muchos lo recuerdan porque montó cierto pitote en la tienda de mercaderías. Si no ha sido Frascaleto, ¿quién ha matado a Galíndez? Y lo que es más importante, ¿por qué?
La investigación arrastrará a los hombres de Rojo y Oro al oscuro mundo del estraperlo, de los bandoleros, de los tipos que defienden un honor del que carecen a golpe de navaja. Y mientras la investigación avanza y la vida de nuestros protagonistas pende más de un hilo, más claro se va haciendo que el asesino de Galíndez bien pudiera estar más cerca de la familia de lo que pensaban y que uno nunca debería perder el contacto con los hermanos que se marcharon a hacer las américas.