Renqueaba por los pasillos más profundos del sótano, en silencio, tan solo acompañado del leve arrastrar de su pie derecho que había quedado maltrecho tiempo atrás. Las reformas aún no habían llegado y los candiles permanecían en sus hornacinas recordando que por allí casi nunca pasaba nadie. Era el corazón mismo, su propia esencia. Otras veces había caminado hasta allí sin llegar a abrir la puerta.
Esta vez cruzó el umbral y un enorme ojo de reptil, amarillo e inteligente, se abrió para contemplarle.
—Sigues igual de joven —le saludó como hacía siempre el arcano dragón—. ¿Ha llegado el momento?
—Sí.
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