—Señor, ya está terminando la velada. ¿Los muchachos preguntan si va a dirigirles algunas palabras?
Y en verdad, las caras de todos ellos se giraban hacia su mesa que ni siquiera era la más centrada, ni la más destacada de aquel salón. Imaginó que su ayudante había sido espoleado a ello porque bien sabía que no le gustaban esas cosas (fruto de su timidez), pero observó sus miradas y no pudo negarse.
—Hoy —dijo— celebramos el cierre de nuestro vigesimocuarto ciclo —algunos murmullos se escucharon cuando tradujeron sus palabras—. Algunos ya no están con nosotros —una pausa triste—, pero otros os habéis unido a nuestras filas y, seguramente, os preguntaréis quién es el responsable de que hayamos sobrevivido a tantos inviernos. Mañana, cuando empiece un nuevo día, buscad un espejo en vuestra casa y encontraréis la respuesta a esa pregunta. Pero hasta mañana, juguemos. —Y volvió a su mesa donde tres poliedros de diez caras empezaron a rodar…

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—¿Jefe, —el aludido le miró desde encima de la escalera donde estaba subido—, por qué lo llaman narrar si lo que hacen es describir?
Dejó lo que estaba haciendo y le observó un instante, ajustó sus lentes para darle tiempo a añadir alguna información adicional a la pregunta y cuando no llegó, respondió:
—Deberías saber, joven aprendiz, que la narración es solo una de las tres fuerzas fundamentales del universo, pero tiene mejor equipo de marketing.
Y siguió colocando las guirnaldas y el espumillón por las paredes mientras canturreaba «Dashing through the snow in a one-horse open sleigh…»

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—Nos fuimos antes de que terminara la película por mi culpa. Había ido al cine con el antiguo redactor jefe y su mujer, no me estaba gustando esa película y ellos fueron tan amables de no quedarse hasta el final. En la calle, a la puerta del teatro, no dimos con un taxi, así que caminamos hasta una avenida principal, pero nuestro camino cruzaba por un callejón y allí nos salió al encuentro un tipo mal encarado que trató de atracarnos. Intentó arrancar un collar de la mujer del redactor-jefe, ella se apartó, él trató de interponerse y aquel individuo les disparó a ambos. Yo tenía 8 años, nada podía hacer. Aquel tipo me apuntó con el arma a la cabeza y me dijo:

«Alguna vez has escrito una revista a la luz de la luna»

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[saxos y trompetas]
[coro grave]
Da daá taratatata tararaá / taratarata tataraá / taratarada tatadaá / uadá uadá
[coro agudo]
Da daá daradadada dararaá / daradarada dadaraá / daratadada tatadaá / dadá dadá
[Juntos]
Braaázil / Brazíl / uuu…
[saxos][Solo de trompetas]

<repetir 200 veces>

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—Vamos a probarlo de nuevo todos juntos para cuando llegue el jefe:
—¡Feliz centésima nonagésima novena revista!
—Muy bien, muy bien. Estupendo  Y recordad «centesima noventaynueveava revista» significará nuestra muerte…

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—Señor, ya están aquí los de las vacunas.
—¿Están todos preparados?
—Sí,…
—¿Pero?
—Eso de que los superpoderes sean al azar no acaba de convencerles.

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—Jefe, cuéntenos lo que pasó este día de hace unos años.
—¡Os lo he contado muchas veces!
—Venga —corearon varias voces.
—Allí estaba yo —contó— en la plaza. Había centenares de personas vestidas de una y mil formas, en silencio, expectantes; había disfraces y había gente en ropa de deporte; había trajes y camisetas, zapatos y zapatillas y, a punto estaban de dar las 12 de la noche. Sabíamos que iba a pasar algo grande y allí estábamos los primeros. […] Cuando nos sentamos, se apagaron las luces y se iluminó el escenario, pudimos ver las palabras: Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…

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Le escuchó reír y le extrañó. No es que fuera un hombre serio, pero era raro verle así entre los papeles polvorientos de su despacho alumbrado por las velas. Junto a él descanzaba una lechuza blanca con la mirada perdida en su mundo interior, casi sin moverse. En sus ya arrugadas manos temblaba un papel medio enrollado, pero legible para los avispados ojos de su ayudante.

«104 más y vamos a por los persas.»

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