Número: 206. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Soy un tipo tranquilo. Se cual es mi trabajo. Normalmente interpreto las melodías que me piden. No las discuto. No son difíciles y se me dan bien. Hacer mi trabajo de una manera exquisita es mi lema, y que los que me pagan estén contentos con mi interpretación. Mi mente se funde con mis ágiles dedos y son todo uno.
Vivo una vida relajada, tranquila. Soy un buen chaval, que sabe estar en su sitio. No me va el lujo, ni el derroche. Por no ir, no me van ni siquiera cosas triviales para la inmensa mayoría de la gente. Vivo feliz con muy poco. Disfruto de mis melodías. Me encanta que me las pidan. No soy servicial, simplemente se cual es mi trabajo. Mi trabajo es mi vida.
Últimamente los parroquianos han variado algo y las canciones que me piden tienen otro nivel. Me exige más concentración, más responsabilidad… Me encuentro que algunas no son de mi agrado. Pero como he dicho, se cual es mi lugar.
Se ve que sigo siendo bueno, no tengo ningún reproche con mis interpretaciones. El cambio en el repertorio empieza a ser lo habitual, tanto como el cambio generacional que he visto en mis oyentes. Ya no soy un hombre tan feliz. Mi pasión se está convirtiendo en una rutina cansina. El estilo que corría por mis venas se ha diluido, diríase que en whisky de garrafón. Del que te da una terrible resaca al día siguiente.
Empiezo a acudir a las actuaciones con mal semblante. Es evidente que ya ni siquiera atienden a mi arte. Tanto les da, lo único que piensan es en pedirme estúpidas canciones. Les da igual, solo quieren oír de fondo como atiendo a sus peticiones. Peticiones que ya más bien parecen órdenes.
Y el día que, habiendo tocado a la perfección, algún energúmeno, borracho posiblemente, decide que no, que no era lo que habían pedido y aun más, que la interpretación no estaba a la altura de sus oído de medusa, te lanza un objeto con la intención malsana de darte y dejarte seco, sabes que este ya no es tu lugar. Tu integridad peligra y tus dedos tienes que cambiar de tempo.
Habiendo esquivado lo que se me avecinaba, de forma automática desenfundo la pistola y vació el cargador entre todos los presentes. Mis ágiles dedos recargan el arma antes siquiera nadie se dé cuenta realmente de que sucede. Sigo disparando como si un metrónomo acompasara mi ritmo. En pocos segundos soy el único que queda en pie. Está claro que tengo que irme. De este local, de esta ciudad.