Llego hasta aquí
Agakals - Introducción
Una explosión sacudió a Enki mandándolo por los aires. La estructura entera de la gigantesca fábrica militar de Kerón se estremeció, pero aguantó.
—¡Sagrada Kuan, no ha sido suficiente!— Gritó una voz femenina tras él. Era Sibile, la zisi que, junto a Enki, era la otra superviviente del grupo de treinta que hacía un año habían abandonado Cylso, y cruzado medio planeta por las peligrosas galerías subterráneas, en un desesperado intento para sabotear la fábrica militar del Sacerdocio. La mayoría habían muerto intentando superar las barreras de la factoría y los dos supervivientes no estaban seguros de poder terminar la misión ellos solos.
Sibile, rodeada de un grupo de peligrosos animales, una treintena que había heredado de sus compañeros zisi a sus muertes, se enfrentó a un grupo de phalaax que emergieron de un pasillo lateral. Los raptorélagos, unos depredadores rápidos, de grandes bocas, que cazaban emitiendo unos estridentes rugidos, los rodearon y se lanzaron desde los flancos. Mientras, uno de los dos huwawas que aún quedaban, llamado Uwanki, se interpuso como un escudo entre la zisi y los agresores. Las armas de los phalaax abrieron fuego, barriendo cinco raptorélagos. Sin embargo, apenas llegaron a raspar las escamas quitinosas de huwawa. Fueron destrozados. Pero desde otro lado, emergió otro grupo recién fabricado. Enki lanzó su última granada y los eliminó. —¡Tenemos que encontrar otra forma!— bramó él para sobreponerse al estruendo de la maquinaria fabricando la siguiente remesa de phalaax. El agakal suspiró y relajó su mente, expandiendo sus sentidos. Mientras, Sibile avanzó por una escalerilla junto a su manada buscando con los casi cien ojos que ahora era su mente conjunta. Entonces lo vió: —¡Enki lo he encontrado!— gritó mientras su mente enviaba un montón de información visual y el interpelado lo vio y sonrió.
Doce meses antes
La situación en Cylso era insostenible. Como una tormenta desértica de incontables granos de arena, los terribles androides de combate phalaax no paraban de golpear, como un constante enjambre de ki-silé, contra las defensas de la ciudad. El desgarro mental que habían enviado para debilitarlos fue detenido por la tecnología anuladora de la cúpula protectora. Uthu, aquel que les había protegido durante siglos, había callado súbitamente. Su mente perdida, quizás para siempre, entre los engranajes de la maquinaria que ahora forzaba su producción de drones defensivos y reconstructores.
En el ágora de la ciudad, antaño verde y exuberante, una reunión ocurría. Sobre unos bloques de construcción derribados se alzaba un agakal poco impresionante para quienes sólo viesen el mundo físico, pero para los psiónicos resplandecía como una figura legendaria. Era Enki, el arqueotecto que llevaba un año defendiendo la ciudad. Su osadía y temeridad le había permitido mantener a raya a las fuerzas del Sacerdocio, pero sabía que no era suficiente. —¡Nobles agakals!— empezó —¡Se que corren tiempos muy duros!. Las fuerzas del corrupto Sacerdocio nos asolan; no podremos aguantar mucho más tiempo. Desde Bennhú nos informan que apenas quedan agujas orbitales para seguir el bombardeo defensivo. Y Uthu yace callado en su sarcófago tecnológico. Es nuestra hora más oscura, apenas queda esperanza.— El hombre percibió todos los sentimientos de quienes le rodeaban: tristeza, desolación, futilidad. Entonces tomó aire y su mente se abrió a los presentes como una explosión de energía positiva. —¡Pero aquí seguimos… y seguiremos!— Aquel impacto psíquico inició algo en aquella multitud. Sus mentes se unieron a la de Enki y bebieron de su energía. —Vamos a luchar— dijo en tono bajo —¡Vamos a luchar!— repitió más alto. —¡No hemos sido derrotados y no aceptamos el destino que quieren imponernos! ¡Vamos a contraatacar! ¡Quiero un grupo de voluntarios que me acompañen, que sean mis hermanos y hermanas y que luchen y mueran conmigo! ¡No importa el alcance de vuestros dones! ¡Esta guerra no la ganarán nuestras mentes, solo nuestra determinación!— paró un momento a tomar aire. La muchedumbre empezó a corearlo "Enki, Enki, Enki" gritaban como una sola voz y mente. —¡Lucharemos de una forma tal que hasta los falsos dioses se estremecerán en los cielos!— Volvió a bramar. —¡¿Quién está conmigo?!— cientos de manos se alzaron. Aquel día todos supieron que Cylso no caería.
Diez meses antes
Habían pasado un par de meses bajo tierra y el grupo de Enki había sufrido su primera baja. Uglu, un arqueotecto, había caído por un pozo excavado por un huwawa. Dicho ser, con sus fauces aún rojas de sangre, se alzaba frente a ellos. Estos seres eran de un aspecto insectoide, con seis poderosas patas terminadas en púas y una coraza quitinosa impenetrable para las armas comunes. Aquella iba a ser una batalla dura, y necesitaban guardar munición para su destino. Sibile lo sabía y mentalmente avisó a sus compañeros que la dejasen actuar. Ella avanzó hacía el terrible ser, inspiración de tantos cuentos de terror entre los renegados, y empezó a "cantar" aquella nana tranquilizadora. Al principio el huwawa se resistió. "Este animal tiene una determinación atroz" pensó la zisi mientras aumentaba el ritmo y relajaba la cadencia de su conexión mental. Intentaba hacerle creer que había ganado el encuentro de mentes para después golpear con toda su fuerza para someterlo. Era una jugada arriesgada, pero la alternativa era malgastar explosivos, que luego necesitarían, en su aniquilación. Lentamente, la mujer avanzó su pie descalzo y empezó a moverse lentamente, casi sensualmente, mientras el huwawa le rugía. El animal, empezó a emitir furiosos chasquidos con sus afiladas mandíbulas y retrocedió un paso, mientras ella cantaba y bombardeaba su mente con imágenes y sensaciones. La zisi avanzó su otro pie mientras seguía su danza y la bestia volvía a retroceder. Sibile siguió avanzando y retrocediendo junto a la criatura mientras el resto del grupo aguantaba la respiración. Tras varios eternos minutos el huwawa agachó la cabeza y Sibile posó su mano sobre la misma. El animal apenas emitió un gruñido rasposo. El proceso había terminado y habían ganado un poderoso aliado. Sibile se ajustó sus crudos ropajes que chocaban con la belleza de sus rasgos.
—Te llamaré Uwanki («cabeza piedra»), por tu determinación— le dijo…