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jueves, 21 de noviembre de 2024


 

Huckleberry

La Huckleberry es un carguero clase Fénix propiedad de una "verrianera" llamada Kristina Avello. Verrianeros es el pintoresco nombre que reciben los contrabandistas de tecnología prohibida en los sectores fronterizos con la Comunidad Verriana; la gran mayoría de ellos son traficantes independientes que cruzan una y otra vez la frontera para llevar tecnología procedente de la RFP a los habitantes de los planetas bajo dominio verriano. Pero que nadie se lleve a engaño porque este trabajo no tiene nada de desinteresado: a cambio reciben materias primas o bienes exóticos que luego venden en el mercado refepero.

El verrianeo es una actividad arriesgada, ya que las autoridades de la RFP lo han declarado ilegal y persiguen implacablemente a aquellos que lo practican, ya que no desean provocar la ira de las Reinas. Los verrianeros detenidos del lado de la RFP suelen terminar con sus naves confiscadas; por otro lado, si son atrapados por las Reinas su castigo será más expeditivo: los verrianos destruyen todas naves extranjeras que detectan dentro de sus fronteras (a excepción de las naves de los jional, que en virtud de arcaicos tratados gozan de paso franco).

La capitana Avello contrata personal cada vez que el equipo sufre bajas (lo que sucede a menudo, el verrianeo es un trabajo peligroso). No ofrece un sueldo fijo, sino una participación sobre el beneficio directo de cada expedición. A bordo de la Huckleberry cada viaje es un "o todo o nada".

Idea de aventura: en un provechoso viaje anterior, Kristina consiguió vender un cargamento de reproductores de holovídeo RH-18/1 a los habitantes de Salem, un pequeño planeta-granero situado cerca de la frontera. Esta tecnología, actualmente obsoleta y del todo invendible en el mercado de la RFP (para hacernos una idea, sería como si un mantero intentase vendernos cintas VHS), causó sin embargo furor entre los simplones granjeros, para quienes era una novedad revolucionaria respecto a sus toscos sistemas de transmisión por ondas y pantallas en B/N.

En este viaje Kristina les lleva un cargamento de viejos holofilms de saldo que piensa vender a precio de oro. Con lo que no cuenta Kristina es con que el líder religioso de la comunidad, que en anteriores visitas les ha ocultado y ayudado, montará en cólera cuando descubra que entre los discos que venden a los miembros de su congregación hay una pequeña selección de holopelículas pornográficas. Ante tal impudicia les exigirá que se marchen y no vuelvan jamás. Por supuesto, muchos granjeros acudirán para comprarles más pornografía a escondidas antes de que se vayan (por si no vuelven), incluso de rincones remotos del planeta; parece que el porno han encontrado una auténtica mina de oro. Si el sacerdote descubre que siguen vendiendo podría azuzar a los miembros más rectos de su comunidad contra ellos, o incluso llegar a denunciarles a la pequeña guarnición de zelonitas que reside de forma permanente en el planeta.

 

 

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Cita

«Si perdemos esta guerra, que Dios tenga piedad de nosotros.»

Goering