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jueves, 21 de noviembre de 2024


 

Úkaros

«Si necesitas arreglar algo, necesitas a un úkaro. Si necesitas una chapuza rápida, necesitas un úkaro». Es un dicho habitual entre los habitantes de la galaxia. Se dice que la razón por la cual hay tanto úkaros en tantos planetas se debe a esa habilidad casi mágica para reparar y arreglar cosas.

En realidad, la verdad es más triste: los úkaros han sido (y en algunos lugares, sigeun siendo) una raza que siempre ha sufrido situaciones de explotación o abierta esclavitud. Cumplen el perfil de “siervo perfecto”: confiados, trabajadores y sumisos. No es raro, pues, que se hayan aprovechado de ellos a lo largo de los siglos.

Su vida ha estado sorprendentemente ligada a la de los humanos, ya que los lugares donde más se concentran son regiones en las que la mayoría racial corresponde a los humanos. De hecho, existe una teoría que lanzaba la posibilidad de que humanos y úkaros descendieran del mismo antepasado simiesco. Ha sido rebatida con facilidad en multitud de ocasiones, pero ha calado lo suficiente como para hacer chistes raciales contra un humano.

Un úkaro es un ser gregario. No concibe la vida en soledad. La llevan muy mal y la evitan en la medida de lo posible. Un úkaro solitario es un úkaro enloquecido o peligroso para la sociedad. Les gusta compartir su espacio con gente aunque a esa gente no les guste compartirla con ellos.

Hablan demasiado. Son conocidos por ser unos bocazas, para ser honestos. No paran de hablar y tratan de llenar el silencio con conversación intranscendente o pequeñas bromas a costa de sus interlocutores o ellos mismos. Para ellos el silencio se asocia a un hecho triste: la muerte, una catástrofe o una situación terrible. Y es algo a evitar.

Su carácter jovial no significa que no sufran o no sepan tomarse las cosas en serio. Pero es su forma de ser. Donde otras razas desarrollan un silencio contemplativo o rabia, ellos lo esconden tratando de alegrarse unos a otros. Esa actitud les convierte de manera habitual en el payaso del grupo al que pertenezcan.

Son muy curiosos con la cosas. No curioso del tipo “tenemos unas piezas, montemos el aparato” (que también) sino curiosos en plan “¿para que servirá este botón rojo?”. Aunque no son idiotas ni unos capullos integrales, sí es cierto que esa curiosidad en ocasiones ha ido por delante de su instinto de conservación. Para ellos, una nave espacial que les lleve de un lado a otro es un sueño hecho realidad.

Los úkaros son bastante promíscuos. No mantienen parejas estables entre las gentes de su raza ni, en ocasiones, de las de otras. Consideran el sexo como una manera perfectamente lícita de diversión o de llenar esa soledad de la que tanto huyen. Esto da lugar a embarazos no deseados de manera habitual y se dice que esa es la forma que tienen de perpetuar su especie. Comentario exagerado pero no desencaminado, ya que un número extremadamente grande de úkaros conocen a su madre (el único referente familiar sólido que tienen) pero no a su progenitor.

Su relación con la tecnología alcanza niveles increíbles. Son capaces de deducir rápidamente para qué vale un artilugio y si se les da el tiempo suficiente, replicarlo. La división de investigación de nuevas tecnologías de las empresas y los gobiernos están repletas de úkaros. Les encantan los juegos de lógica o de habilidad, y se pasan horas muertas probándose en ellos.

Una de las razones por las que las personas no quieren viajar con úkaros se debe a su fuerte olor corporal (provocado por su particular sistema inmune) y su continua muda de pelo anaranjado, necesaria para que luzca bien lustroso.

 

 

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«Es el deber del Estado de Derecho defender a cualquier inocente.»

Presidente Ayala