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sábado, 23 de noviembre de 2024


 

4x04 - Extraños encuentros

Las patrullas vigilan la frontera con la Unión Pangaláctica para evitar que su población, probablemente infectada, cruce hacia la R.F.P. En un punto del espacio profundo, entre Caymca y Lymet, cercano al sistema Ebliva, los sensores de varios de estos vigilantes han señalado una anomalía, pero cualquier intento de identificarla o de ir al lugar a descubrir la causa han fracasado. Aunque la zona es limitada, los ecos de sensores no aparecen siempre en el mismo sitio y eso hace que una vigilancia permanente o más densa sea imposible para los escasos medios con los que cuenta la flota.

Ana, como oficial de la 501, recibe las instrucciones de la nueva misión mientras pasan unos días de descanso en el sistema Ovo a donde terminó llevándoles su último enredo. Lo que le indica no le gusta porque todo apunta a que se van a pasar días y días en una vigilancia sin sentido. Una de esas misiones aburridas que nunca llevan a nada. Bueno, alguien tiene que hacerlas, se dice, y no es habitual que les den las misiones sencillas.

Consultando los datos de las patrullas vecinas, más algunos que consiguen de comerciantes y de las autoridades de navegación de Ebliva (todo de forma discreta; ellos no se iban a negar, ha sido para ahorrar tiempo) triangulan de forma más exacta la posible zona de aparición del fenómeno. Han quitado gran parte de espacio vacío, pero aún queda una amplia zona. Como diría el sargento instructor Gómez: "Prepararse para la misión es el 99% del éxito", pero en aquella ocasión, los adagios del suboficial no habían valido de mucho. La zona de exploración era más pequeña, pero aún así, era demasiado grande.

Los días pasan en el espacio profundo con mucha lentitud y la tripulación de la 501 empieza a tener algunos roces. Los pelos de Fernández están por todas partes y el robot de limpieza no da abasto para mantener la Victoria B en perfecto orden. Tor empieza a padecer cierta claustrofobia que paga con el resto de la tripulación y las cosas se hubieran complicado de no ser por una alerta en el sensor de larga distancia. Algo se aleja, a mucha. Bien, ellos también pueden correr mucho. Con pequeños microsaltos subespaciales recortan la distancia y consiguen ponerse a la altura del eco.

Resulta ser una extraña criatura de enorme tamaño a la que alguien ha insertado quirúrgicamente extraños ingenios de metal. El objetivo de los mismos es desconocido. El sensor de formas vivas sólo detecta una, el enorme animal, pero ni en su interior ni en los extraños habitáculos que surgen de su piel parece haber otros signos de vida. Evitan su panza porque en ella cuelgan unos tentáculos que no prometen nada bueno, así que sobrevuelan su lomo y observan algunas zonas ennegrecidas, posiblemente alguna infección o, incluso, gangrena si ese animal tiene una fisiología similar a otras especies CHON. Al llegar a la proa, descienden por estribor y observan un enorme ojo negro, cuya pupila es casi tan grande como el espacio entre sus párpados. Estos se abren y se cierran y, sin margen de error, ven lágrimas caer de ellos. ¡La criatura está llorando!

 

 

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«Donde esté él (Ayala) estaré yo.»

Almirante Cunningham