Llego hasta aquí
Día de la paz
Los dos soles parecían brillar hoy con más intensidad como si supieran que Vodrix del clan de Cuerdalarga iba a salir a cazar la señal. Andaba encorvado con esos rítmicos pasos de lo hiogomos balanceando sus brazos dos a dos. Hizo un alto para estirarse, otear el horizonte y refrescar su garganta con la vejiga curtida de un animal rellena de agua. Puso los tres dedos sobre sus ojos inferiores intentando adivinar cuánto le quedaba, pero al igual que las veces anteriores, no pudo ver su destino.
Callín, la hembra que había llevado la noticia al clan había sido muy precisa con los detalles, con la dirección y la posible distancia, pero allí, bajo el sol, empezaba a dudar de sus palabras. Había descrito la señal como un rayo de luz que hubiera descendido para marcharse después Y Cuerdalarga, cuando lo hubo escuchado, recordó la historia que le contara su padre de algo ocurrido cien estaciones atrás. Un rayo de sol había descendido y cuando los clanes fueron a investigar descubrieron a un ser metálico que aseguraba venir en nombre de los señores que viajan por las estrellas para gobernar la tierra de los dos soles. Algunos clanes se unieron a él y otros cometieron el error de ignorarle y no respetar su autoridad. Fabricó armas prohibidas para sus aliados que lanzaban muerte a distancias y la guerra fue cruenta durante muchos ciclos, incluso después de la desaparición del ser de dos brazos y un ojo que brillaba bajo los soles y andaba sin mover los pies.
Si el rayo de luz tan potente como el sol había vuelto, quizás buscara a la criatura metálica y viniera a ver sus progresos o quizás la misma criatura había vuelto y las terribles guerras de las que hablaba Cuerdalarga volverían con él. Por eso Vodrix sujetaba con firmeza su mejor lanza con punta de hierro duro en una de sus manos izquierda; por eso y porque sólo un excremento de toldrin se aventuraría en ese territorio sin un arma.
Anduvo un puño de los soles en su dirección cuando supo que estaba llegando. Otro hiogomo de un clan diferente al suyo estaba observando un dibujo clavado en la tierra con una lanza gruesa que reflejaba la luz. Tras él había como tres círculos quemados donde las rocas se habían convertido en cristales. Vodrix nunca había visto un fuego con esa capacidad, aunque sí rocas cristalizadas donde caían los rayos del cielo en la temporada de tormentas.
Se subió a una roca a suficiente distancia del otro guerrero como para no ser una amenaza, pero sin esconderse ni intentar ser sigiloso. El extraño, advertido de su presencia se giró para observarle con sus tres ojos intentando averiguar si representaba una amenaza. Lo que vio debió gustarle porque clavó su lanza en el suelo y le invitó a acercarse. Vodrix lo hizo porque aquella era una invitación de paz y nunca nadie se había valido de ella para un engaño. El clavó su lanza junto a la del extraño y siguió sus manos que le señalaban algunas huellas. Eran cuadradas, muy separadas unas de otras y parecían haber tres diferentes. Era buen rastreador. De hecho, era el mejor rastreador del clan de Cuerdalarga y ese era el motivo por el que le habían encomendado aquella tarea. Aún así, nunca había visto huellas semejantes. Quién las hiciera debía medir una vez y media o dos la altura de los hiogomos y pesar tres o cuatro veces más por la profundidad.
- Parece -dijo- que salieron de lo que provocó ese fuego y luego volvieron a él.
- Sí -contestó el extraño-, esa es también mi impresión.
- Supongo que eso significa que no se han quedado.
- Por suerte, no. Su objetivo debía ser clavar este poste aquí y marcharse. -Y diciendo eso se apartó para que Vodrix pudiera estudiar el objeto alienígena.
Lo que había tomado por una lanza desde la distancia era, en realidad, un grueso tronco que centelleaba y que, como descubrió al tocarlo, era frío al tacto. Era más alto que él y acababa en una especie de tejado plano e inclinado de color negro fuera del alcance de sus manos superiores; sin embargo, el cartel estaba a la altura de sus ojos. Presentaba a un alienígena de cuerpo entero que gracias a una misteriosa tecnología daba vueltas dentro de la señal. Iban apareciendo pictogramas que mostraban su altura real, que no era la dibujada, su complexión y algunos datos de su historia repleta de hecho violentos. Aquel ser parecía un guerrero a pesar de tener sólo dos ojos, como los herbívoros, ocultos por unas extrañas protuberancias sobre ellos que debían ser útiles para protegerlos del sol. Tenía esas mismas protuberancias en las mejillas y en el mentón que le daba un aspecto fiero y amenazador. Sujetaba un largo cuchillo en una de sus dos manos y lucía unos espolones, como los cangrejos del desierto, en la parte posterior de las piernas que parecía articularse hacia delante, haciendo que doliera sólo con pensarlo.
Tres pictogramas permanecían fijos mientras la imagen giraba. El primero era un símbolo en forma de rueda cruzada por tres lanzas. No sabía lo que significaba. El segundo era su nombre: Dameral. Y el tercero una imposible cantidad de oro que ofrecían por su captura.
Aquello podía acabar con la paz de los clanes.