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jueves, 21 de noviembre de 2024


 

Sama'a

La religión Sama'anica es originaria del planeta Tiis (sistema Rocecu), un planeta del sector Fliorila que los sama'a dominan por completo. El Sama'anismo debe su nombre al Profeta Sama, místico religioso de finales del primer milenio dV. Sama fue el último de doce profetas que fueron dando forma a la religión sama'anica hasta ser lo que es hoy.

Los Sama'a creen en una única divinidad, Sama, un mortal que se convirtió en dios. Las divinidades, según los sama'a, son un momento del Universo, los llamados "momentos divinos". Según la cosmogonía sama'aista, existen unos momentos propicios para que surjan las divinidades y otros momentos, la inmensa mayoría de hecho, que no lo son. Los seguidores de Sama creen que, hasta ahora, solo ha habido dos momentos divinos: el primero de ellos se produjo hace muchos millones de años, cuando de la nada surgió el primer ser inteligente: el primer dios. En ese momento se formó el Universo y dio comienzo la vida en un estado de divina perfección. Aquel primer dios fue una criatura sabia y benevolente que rigió sobre los demás seres durante incontables eones.

Finalmente el Primer Dios, cansado de la vida eterna, decidió desaparecer. Reunió a todas las especies inteligentes y les dijo: "vosotros sois mis hijos y yo soy vuestro padre. Y como todos los hijos, tarde o temprano debéis abandonar la protección paterna y buscar vuestro propio destino. Así sea".

Y así fue. El Primer Dios creó el Universo y distribuyó a las distintas especies por toda la galaxia (los sama'aistas aseguran que es absurdo buscar el planeta natal de la Humanidad, El Primer Dios depositó a sus hijos en muchos lugares). A continuación, el Primer Dios creó las leyes de la física para que el Universo pudiera funcionar sin él.

Y después desapareció silenciosamente.

Y durante su ausencia, las distintas especies inteligentes progresaron y aprendieron las leyes de la física, las leyes que Dios había dejado para que ellos comprendieran.

Y sus hijos medraron, se multiplicaron y se extendieron por toda la galaxia, pero también degeneraron, alejándose de su primigenia forma. Pero en esas leyes también había sido determinado que, en algún momento, volvería a nacer una nueva divinidad, alguien que albergaría en su interior la chispa divina y que vigilaría y observaría cómo se habían desarrollado las distintas especies hasta ese momento. Si los seres eran juzgados dignos por el segundo dios, serían recompensados siendo recreados en su perfecta forma original: inmortal y perfecta en todos los sentidos. Once profetas precederían al segundo dios, y cada uno de ellos enseñaría a los seres inteligentes a vivir siguiendo las normas dictadas por el Primer Dios.

Entonces nació Sama. Sama era un humano que cumplía los noventa y nueve requisitos que los once profetas habían marcado como indispensables para el nacimiento de la nueva Divinidad. Sama tomó conciencia de su divinidad cuando cumplió treinta años. Estudiando los textos de los once profetas descubrió que, sin duda, él era la persona indicada para convertirse en divinidad. Pero primero necesitaría desprenderse de su imperfecto cuerpo físico, algo que llegaría con la muerte. Al fenecer, Sama se convirtió definitivamente en Dios y, desde entonces, la física ya no es todopoderosa en nuestro universo.

Pero Sama todavía no ha comprendido los límites de su poder y por eso la física sigue siendo la fuerza que controla el Universo... por ahora. Los seguidores de Sama deben apoyarle, dándole fuerza con su fe, así como divulgando sus creencias para así lograr que más seres le adoren. Solo de ese modo podrá Sama ser tan fuerte como para derrotar por completo a las leyes de la física y devolver a los dignos a su estado de gracia original.

Los Sama'aistas tienen una rígida organización eclesiástica: el Escuchador dirige toda la jerarquía eclesiástica desde el planeta de la santa sede, el planeta Jidizi (sistema Udfe). El Escuchador está en contacto directo con Sama y conoce a la perfección sus designios, por lo que sus interpretaciones sobre los textos sagrados son indiscutibles. Por debajo del Escuchador existe un grupo de Iluminados que le sirven como ayuda en todo lo referente a la religión y el buen gobierno de Jidizi. Después, por debajo en rango, vienen los otismos, propietarios de una catedral y máximos responsables de la Fe en los mundos más alejados de Jidizi (y no son pocos los planetas bajo control de los fieles de Sama). Por último, existen infinidad de sacerdotes que interpretan las sagradas escrituras y dirigen los rezos de los grupos de fieles. En general, la mayoría de los sacerdotes se limita a velar por las almas de los creyentes empleando solo sus palabras y sabios consejos, pero también existe un brazo armado de fanáticos religiosos llamados "feístas" que, además, emplean acciones más contundentes para garantizar el buen progreso de la Fe de Sama.

Para los sama'aistas las mujeres son la fuente primordial del pecado, como demuestra que sean sus tentaciones las que hagan a hombres cabales perder la cabeza y hacer auténticas locuras. Es por ello que consideran pecaminoso todo contacto con la mujer, así que solamente deben realizarse los estrictamente necesarios para garantizar la procreación. Los sama'aistas más estrictos utilizan una sábana con un agujero que les impide tocar más que lo absolutamente necesario durante el acto sexual. Los verdaderamente píos todavía van más allá y practican la abstinencia. Por supuesto, los sacerdotes deben mantenerse vírgenes, tal y como lo fue Sama durante toda su vida.

Los hombres fogosos pueden saciar sus bajos instintos con otros varones, pero no deben acercarse a una mujer sin una previa (y posterior) ceremonia de purificación. Por su parte, las mujeres deben intentar ayudar a mantener la pureza de los varones ocultando lo más posible su cuerpo con túnicas y velos que disimulen sus sensuales formas. Una mujer que se atreva a pasearse por territorio sama'aista con los brazos o piernas desnudos, el pelo suelto o alguna otra provocación similar, puede ser llegar a ser insultada o incluso apaleada por fanáticos que librarán en forma de brutal paliza toda su frustración acumulada…

Para los sama'aistas, las mujeres, como fuente de pecado que son, no pueden ni deben tomar decisión alguna. No son personas. Carecen de apellidos y posesiones. Las niñas son propiedad del padre y cuando llegan a la edad adulta (con la primera regla) son rápidamente despachadas, pasando a formar parte del patrimonio del marido. Propiedades en todos los sentidos de la palabra, si un marido decide matar a su esposa nadie le criticará más que si hubiera decidido desechar un utensilio obsoleto. Por supuesto, los varones tienen libertad para adquirir todas las esposas que quieran, para venderlas, intercambiarlas, etc. Las niñas son educadas en la más absoluta sumisión y, pese a que en muchos planetas las leyes civiles las amparan, rara vez osan rebelarse contra su condicionamiento cultural.

Toda la vida de sama'aistas gira en torno al Xii'tan, los doce libros sagrados escritos por los profetas. Todos los varones sama'aistas deben leer al menos una vez el Sama'tan, la última parte del Xii'tan, escrita por el propio Sama, que todos los sacerdotes deben saber de memoria. El Xii'tan tiene bastantes contradicciones. Los sama'aistas reconocen que es posible que los escritos de los profetas, como meros mortales que eran, contengan algunos errores. No así sin embargo el libro escrito por Sama, que cumplía todas las condiciones para ser un Dios y no puede equivocarse.

Entre los sama'aistas el estudio de las ciencias no se ve con recelo alguno. Es más, en cierto modo incluso se alienta, puesto que el estudio de las leyes físicas conduce al hombre hasta Sama tarde o temprano. Pero los sama'aistas no deben olvidar nunca que Sama está por encima de las mismas y que, si éste lo desea, puede cambiar sus efectos y hasta la mismísima realidad. Por desgracia, Sama todavía es un Dios joven y aún no domina totalmente todas sus facultades divinas. Por eso los sama'aistas no gobiernan el Universo (pero para ellos solo es una cuestión de tiempo). Los sama'aistas deben impulsar el avance de la Fe ya que ese es el deseo de Sama y, aunque por el momento éste solo pueda ayudarles ocasionalmente, sin duda sabrá premiar a quienes le sean fieles. Por eso un buen sama'aista no debe tener miedo a morir si lo hace sirviendo a su Dios, ya que éste le resucitará en el futuro paraíso.

Con los sama'aistas sucede una cosa bastante curiosa. El Xii'tan prohíbe vivir en el lujo y hacer ostentaciones de riqueza, pero no les prohíbe acumularla. Como casi no gastan el dinero que ganan, lo ahorran. Muchos sama'aistas acumulan fortunas considerables que donan a la Fe. Con ese dinero los otismos adquieren planetas en los que levantar una nueva Catedral.

Curiosamente, en general los sama'aistas tienen una visión de los poderes psi mucho menos negativa que la mayoría de los ciudadanos de la RFP. Para ellos, los poderes psi son una pequeña manifestación de las asombrosas capacidades de Sama para doblegar las leyes de la física.

Aunque la mayoría de los sama'aistas son humanos, en los últimos siglos un notable porcentaje de sus seguidores son miembros conversos de otras especies: úkaros, veddios, lixnel, cromter, jional… En general, la sociedad refepera tiene una visión negativa de los sama'aistas, visión que tampoco resulta del todo justa. Por una parte, pese a la existencia de un suprema autoridad religiosa (el Escuchador), debido a la dispersión de la Fe por casi toda la RFP, con el paso de los siglos han surgido una gran cantidad de corrientes sama'aistas, algunas de ellas mucho más tolerantes y "avanzadas" que otras. Por otro lado, en algunos planetas dominados por los "feístas" se ponen de manifiesto los peores rasgos de las sociedades teocráticas más fanáticas e intolerantes. Algunos socioteólogos apuntan que es solo cuestión de tiempo que surja una guerra religiosa entre las distintas corrientes sama'aistas. Un suceso así, una guerra civil entre mundos tan alejados, podría llegar a influir notablemente en las rutas comerciales de la República.

 

 

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Cita

«Dame los ojos del poeta, noche amada, para poder mirarte con su amor.»

Poema graochinek