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jueves, 21 de noviembre de 2024


 

Entre cervezas

Zionk miró de nuevo de reojo a su interlocutor mientras éste hacía una pausa en su perorata, agarraba con sus diminutas manos la enorme jarra de Refsen, y se la zumbaba de un trago haciendo cómicos equilibrios para evitar que su pequeño cuerpo de peluche engañoso y cabrón cayese del taburete como un mono de un árbol.

Apretó los dientes hasta el chirrido y miró su propia jarra. Aquel brebaje cervecero daba puñetero asco y la conversación con aquel enano chatarrero no estaba yendo por los derroteros que a él le hubieran gustado.

El yemer ahogó una maldición e hizo lo único que podía hacer.

Pidió otra ronda.

El jional volvió a la carga.

- Mira tío. Me encantaría estar tomando cervezas contigo toda la noche, ¿sabes? Eres un buen tipo y por eso no me costó nada echarte una mano en el muelle... pero si no me das algo, chaval, me mandan otra vez a cubrir el frente de Cahir y ni putas las ganas que tengo de que me vuelen el culo entre chatarra que ya luce sus propios muertos.

- ¿Y a mí qué? - Acertó a responder el estibador.

- Que me debes algo, y lo sabes.

Era increíble la cara de mala leche que podía poner aquel pequeñajo de los cojones. Resultaba tan tranquilizador como un peluche bomba. El yemer se permitió una sonrisa: aquel pequeño jional daba más miedo que cualquier otra cosa, precisamente por lo desconcertante de su estampa.

Eso sí, no se estaba callado ni debajo del agua:

- Vine aquí porque dijiste tener algo, algo guapo para tu amigo Leandro... y ahora, encima de que te salvo el pellejo me lo quieres hacer pagar. ¡Encima! Eres un desagradecido. La próxima vez que quieras ayuda... ¡olvídame!

La voz melosa del emtradre reducía lo chirriante del tono, pero no lo duro de la negociación. Zionk llevaba ya cuatro horas intentando sacar algo de todo esto y se lo estaban poniendo difícil. Su idea era sencilla: darle al reportero lo que quería y sacarle lo suficiente como para llegar a Knosos y, a partir de ahí lo que fuera.

Cualquier cosa menos quedarse en aquella cloaca del sistema.

El estibador yemer tiró de sus últimas reservas de disciplina negociadora y miró directamente a los ojos del jional. Escupió la oferta.

-¡Quinientos! -el gruñido no se lo creía ni él.

-Doscientos -dejó caer el jional con un falso suspiro de pena y esfuerzo mientras ponía el modium sobre la barra-, es todo lo que tengo ahora. Si merece la pena, haré por conseguirte el doble antes de que te largues, te lo prometo.

Zionk miró el modium, rabioso y derrotado. Era poco dinero, pero real y fresco.

Y el enano prometía más si el chivatazo era bueno.

Bueno, era una de esas promesas que se pueden romper fácilmente...

... pero también de las que se pueden vengar fácilmente.

Ambos dejaron esto último perfectamente claro en la mirada que cruzaron cuando el yemer cogió el dinero y lo guardó en su bolsillo.

-De acuerdo, enano, ahí va tu regalo:

El jional cerró sus ojos de botón hasta un grado imposible. Era su sonrisa de victoria. De buena gana Zionk se la hubiera dejado fija de un navajazo.

- ¿Sabes quién es Dongentle?

El pequeño reportero se puso serio y afirmó levemente con la cabeza mientras repasaba mentalmente la escueta ficha de reportero que lo representaba en su cabeza: Humano. Un tipo enorme y de cerebro bien amueblado, resultaba una rareza entre los mandos que suelen destacar en según que zonas del el Sector Libertad. Estaba más que claro que se encontraba al mando de la resistencia en el sistema erkupi y se decía que había estado dando saltos de un lado a otro. Los mentideros del sistema le suponían actualmente muy atareado en, Knosos, la estación espacial que hacía de frontera psicológica del sistema y dedicada a la recuperación de chatarra reutilizable. Era el más activo y más sutil de los mandos de la resitencia de Cahir. No era tonto, pero tampoco de paciencia infinita.

- Pues me parece que va a tener visita esta tarde.

El parpadeo del jional fue solo una pausa en la tensión que Zionk intentaba crear para darle más valor a su cuento. Si todo lo que podía ofrecer el yemer se basaba en sugerir al reportero un viajecito a Knosos, el presuntuoso estibador bien podía estirar los doscientos. Se arrojo a la pregunta preparando la bronca:

- ¿En Knosos?

- No -fue la escueta respuesta del yemer-.

El jional se desesperaba ante la teatralidad del otro.

- ¿Dónde, joder? -estaba a punto de saltarle a la cara y que ocurriera lo que fuera-

Pero el yemer se lo quedó mirando con una expresión divertida. Sonrió y le guiñó un ojo.

Camino comprendió, al fin. Casi grita al intentar asegurarse:

- ¿Aquí? -no podía creerlo-, ¿me estás diciendo que Dongentle está aquí?

La cara del yemer no podía ser más divertida.

- ¿Y quién le visita?

El yemer se puso, de repente, muy serio y sólo agregó:

Eso, pequeño cabroncete, tendrás que descubrirlo tú.

Y apuntó algo en una servilleta. Después remató su cerveza y, tras palmear con menos fuerza de la que deseaba la espalda del reportero, desapareció por la puerta del local.

Camino se quedó un par de segundos pensando. ¿Dongentle en wucpuic? ¿Qué diablos hacía tan dentro del sistema? ¿Y quién podía desear verle que, siendo tan importante, le obligase a salir de Knosos?

El camarero se acercó con una sonrisa, pero Camino pidió la cuenta.

Ya no quería más cerveza.

Ahora tenía otra cosa a la que aferrarse.

 

 

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