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jueves, 28 de marzo de 2024


 

TAMBORES EN LA JUNGLA IV

EXTRAÑO

El rastro sin duda abandonaba la selva del Gran Espíritu y se internaba en mundo exterior. Kust había deseado en su interior que en el último momento el rastro se internara de nuevo en la espesura y no tener que salir pero no era así. Claramente se dirigía afuera y Kust debería seguirlo y alcanzar a los asesinos de su pueblo como había jurado, pero el cazador todavía era joven y había muchas cosas que desconocía. Nadie de su tribu había salido de la Selva antes y aparte de las advertencias de los chamanes sobre los peligros de intentarlo no se tenía más conocimiento de lo que allí aguardaba, si es que aguardaba algo; por eso en el fondo deseaba no tener que abandonar su mundo. Si le asustaba la idea de morir a manos de los asesinos de su pueblo, la idea de enfrentarse a ellos fuera le aterrorizaba hasta lo imaginable ahora que se acercaba el momento.

La jungla se iba dispersando, los árboles cada vez aparecían más distanciados y formaban claros más y más grandes. Ya no se veían las grandes criaturas que habitaban hacia el interior, si no que aparecían rastros de pequeños roedores, reptiles e insectos que Kust no había conocido antes. La tarea de cazar se tornó algo más difícil, ya que tuvo que aprender rápidamente las costumbres de la nueva fauna que ante él se presentaba si no quería morir de hambre al no cazar nada. Hacía dos jornadas que no comía, había acabado sus provisiones (entre las cuales se encontraba el zorro que le mordió) y la herida seguía molestándolo lo suficiente como para impedirle cazar nada demasiado grande, aunque de momento tampoco había visto nada muy grande.

Pasó esa noche casi sin dormir, no podía trepar a los árboles y la idea de dormir entre vegetación tan escasa no le ayudó a conciliar el sueño, se sentía muy inseguro e indefenso, así que solo pudo quedarse tumbado, escuchando los sonidos de la noche y mirando las estrellas, ahora más visibles entre los árboles.

Al amanecer se incorporó y espantó a una gran mariposa que se había posado en su pierna, recogió sus cosas y siguió avanzando algo débilmente por el rastro, que se había convertido en el único lazo de unión con su pasado. Se concentró en encontrar algo de comer antes de cometer la locura de salir de Madre Selva sin alimentos. Tuvo que gastar la mayor parte del resto de esa jornada en ello pero finalmente logró hacerse con un grupo de roedores en su madriguera. No fue mucho pero le ayudó a sobrevivir ese día. Al día siguiente, ya algo recuperado y notando como el dolor de su muñeca disminuía encontró una zona con árboles cuyo fruto pudo comer. Eran unas frutas alargadas y amarillas de dulce sabor y sin hueso y Kust devoró tantas como pudo, dejando a su alrededor manos y manos de cáscaras. Después se durmió en ese mismo sitio y no se movió en toda la noche.

Los rayos del Sol le despertaron y cuando se comenzó a incorporar vio a un pequeño mamífero cuadrúpedo alimentándose de los restos de su comida. Kust no siguió levantándose para no espantarlo. No lo había visto nunca, así que lo miró cuidadosamente: era del tamaño de un niño de ocho inviernos y tenía unos delgados aunque largos cuernos en la parte superior del cráneo apuntando hacía atrás. Irguió el cuello y se quedaron mirando el uno al otro durante un rato. Luego el animal agachó la cabeza y siguió comiendo.

La lanza voló certera y atravesó limpiamente el cuello del animal, que saltó inútilmente una vez y cayó muerto.

Pero más alegría que el tener comida por un tiempo fue el descubrir que había logrado usar la mano herida para cazar.

Tras despiezar al animal y cargar con todo lo que iba a consumir hoy y mañana, y con el ánimo más alto que nunca, Kust reanudó su persecución.

Las oportunas casualidades de los últimos días eran una señal de los dioses, y una bendición de Madre Selva para su causa, que le había bendecido finalmente curándole la herida. Ahora que sabía que los dioses estaban de su parte, se sentía invencible.

Tan distraído iba que no fue consciente de que abandonaba la jungla definitivamente hasta que no estuvo fuera. De pronto sus sentidos le avisaron y quedó paralizado: ante él se abría una vastísima llanura que se perdía en el horizonte, de donde surgían unas imponentes moles de piedra recortadas a las que Kust se quedó mirando boquiabierto1 antes de dirigir su aturdida atención un poco más arriba, al cielo. Tanto impacto le causó el ver el espacio azul que le cubría que se mareó y cayó de culo al suelo, desde donde no pudo si no quedar aterrorizado mirándolo. No era que desconociese el cielo, por supuesto, si no el contemplarlo por primera vez sin la protección de los árboles con la que se había criado. Así que pasó un tiempo simplemente tirado tratando de asimilar lo que estaba descubriendo. Finalmente se incorporó, más por instinto de supervivencia al escuchar unos graves bramidos que por otra cosa. A una distancia que no sabía precisar bien2 pastaban unas grandes criaturas: Unos gigantes cuadrúpedos, moles imponentes de un tamaño parecido al Brembe brembe pero con un gran cuerno surgiendo de su hocico y con la piel de un tono grisáceo. Había poco más de una mano allí y no hicieron nada cuando Kust surgió de la espesura ni cuando cayó al suelo, lo cual ayudó a tranquilizarle un poco, aunque era consciente de que si le atacaban moriría, ya que el gran cuerno le decía que eran muy capaces de defenderse de una amenaza, así que se movió hacia un árbol cercano y desde la seguridad de su tronco siguió observando hasta tranquilizarse del todo.

El atardecer alcanzó la llanura y las sombras comenzaron a alargarse, dibujando en el suelo largas y estrechas líneas oscuras que fascinaron al joven cazador. Kust no iba a ponerse en marcha de noche por un mundo totalmente inexplorado y decidió partir al siguiente amanecer, al tiempo que se maldecía por haber perdido tantísimo tiempo en las últimas jornadas. Retrocedió lo suficiente para sentirse protegido por la espesura y logró trepar a las ramas de un árbol. Y allí pasó su última noche en la jungla.

 

El amanecer descubrió a Kust preparado para partir después de haber comido. La muñeca le seguía molestando pero ya no tenía ungüento del chamán del poblado de los hombres del río desde hacía mucho, así que se lavó un poco con el agua de su odre y comenzó a andar hacía la claridad del día. De todas formas solo tenía leves molestias y podía utilizar la mano con normalidad.

Los Brembe brembe Exteriores3 seguían por las cercanías. Parece que la zona adyacente a la selva era su territorio pero el rastro seguía en su dirección y Kust tomó ese mismo camino.

En cuanto avanzó unas varas, los animales soltaron un bramido seco y alzaron al unísono sus cabezas, Kust se quedó inmóvil hasta ver su reacción. Los herbívoros no eran muy agresivos pero seguía sin apartar la vista de los cuernos de los enormes animales.

Uno de ellos avanzó unos pasos en su dirección y se paró. Se puso a oler el aire con grandes aspavientos y entonces soltó un grave y largo bramido que hizo salir corriendo a parte de la manada, seguramente las hembras dedujo Kust al ver que los ejemplares que se marchaban tenían el cuerno mucho menos desarrollado.

El macho agachó la cabeza y pateó el suelo, lanzándose a la carga contra el muchacho, que aterrorizado no supo que hacer hasta el último momento. En vez de saltar a un lado como habría sido lógico algo le hizo impulsarse hacía arriba, saltando por encima del peligroso cuerno que iba en su busca y esquivando al poderoso animal de la forma más increíble.

Aterrizó justo tras la corta cola del animal y sin mirar atrás echó a correr hacía la llanura lo más rápido que pudo, huyendo del Brembe a todo correr. Su atacante se detuvo confuso, sin saber adonde había ido el intruso que entraba en su territorio y esto dio tiempo suficiente al cazador para ganar distancia con su enemigo. El muchacho solo pensaba en alejarse de la bestia todo lo posible y el no tener sitio para encaramarse o esconderse bloqueó su mente con la única imagen de su cuerpo empalado en el poderoso cuerno.

Así que siguió corriendo, espantando al resto de la manada que no sabía que era aquello que atravesaba como el rayo su territorio. Corrió y corrió hasta que no supo donde estaba y su cuerpo obligó a su mente a desbloquearse.

Agotado, a cuatro patas sobre la escasa vegetación de la llanura se dio cuenta de algo:

Había perdido el rastro.


1. Obviamente Kust no había visto antes montañas.
2. A Kust le va a costar calcular las distancias en la llanura, donde no tiene tantos puntos de referencia como en la selva y las medidas son mayores.
3. Nombre con el que Kust ha bautizado a los Brontocornos

 

 

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Cita

«Dentro de pocas horas maldeciréis mi nombre.»

Sgto. Instructor Gómez