Llego hasta aquí
TIEMPO
Sabía que iba a morir. Era una certeza desde el mismo momento en el que el ordenador de a bordo le avisó de la aparición de la Cap Mod muy cerca de la estación espacial. Su duda era cuanto tiempo faltaba para ello y cómo sería. No quería morir, pero iba a ocurrir. Se preguntó, mientras aceleraba al máximo su Trialón para alcanzar la velocidad del enemigo, si podría elegir la forma de la muerte. Prefería morir envuelto en una gran bola azulada a derivar agónicamente en el espacio aferrándose a la esperanza, sin sentido, de que vinieran a recogerle, aspirando el oxigeno residual en los últimos estertores de la muerte. En alguna ocasión había rescatado alguna nave perdida en un combate y había tenido la oportunidad de ver al piloto, de ver el rostro helado del piloto, no, no iba a morir así, aunque el mismo tuviera que detonar la nave. Una gran bola azul, esa si era una buena forma de morir. Le había explicado una vez que, en realidad, la explosión no era azul, que se veía de ese color porque los elementos del motor de fusión salían disparados a velocidad próximas a las de la luz. No lo entendía, pero pensar que alguna parte de él alcazaba esa velocidad y se alejaba eternamente por el espacio, también era una imagen agradable. ¿Qué importaba el color azulado con el que le viera la gente.
No importaba morir. Al menos eso era lo que siempre decían los noticiarios. Lo importante era cómo se vivía. Si aquellos fascistas de la R.F.P. había decidido engullir otros dos sectores de la galaxia en su infinita hambruna. Él, y otros muchos como él, habían decidido vivir impidiéndoselo, al menos poniéndoselo lo más difícil posible. De la misma forma que sabía que iba a morir, sabía que no iban a ganar aquella guerra. ¿Cómo iban a enfrentarse cuatro indocumentados a la mayor potencia galáctica y vencer? Pero lo importante no era ganar esa guerra, lo importante era dejar una huella tan profunda en la memoria de los que les vencieran para que la próxima vez temieran volver a hacerlo. Perder, sí, pero que seamos los últimos en hacerlo. Morir, sí, pero que seamos los últimos en hacerlo...
Un rastro de trazadoras le buscó en el espacio y le devolvió a la realidad que tenía delante. La Cap Mod estaba frenando y utilizaba sus torretas para mantener alejados a los trialones de la defensa planetaria. Hizo que su nave adquiriera cierto movimiento circular mientras seguía avanzando a toda velocidad hacia el enemigo. La propia coriolis hizo que su girar se fuera abriendo con cada metro avanzado y pronto lo hacía en una especie de espiral cerrada que ponía muy difícil a los artilleros fijar su rumbo. Fue el primero en entrar en contacto con el enemigo. Posiblemente era el que estaba más cerca o era el que había acelerado más o era el que menos temía morir. Las dos torretas de cañones pesados vomitaron fuego en su dirección pero, aunque cerca, fallaron. Pasó entre las dos torretas muy cerca del casco de la nave enemiga. Sabía que por ahí no le seguirían. Al llegar a la altura de ellas, giró la nave , dejó que siguiera disparando hacia atrás y abrió sus armas contra la parte central de la nave, dos surcos de agujeros, rematados por manchas negras de las trazadores, se marcaron sobre el blindaje. Saltaron algunas chispas y en algún lugar hubo alguna avería menor, pero aún tendrían que darle duro para hacer mella en aquel juggernaut.
Sus tres compañeros le seguían y en el radar observó que otros dos trialones aparecían cerca de la base espacial. Bien, pensó, al menos la estación estaba atenta y ha mandado los refuerzos rápidamente. Uno de sus compañeros intentó repetir su maniobra, pero los artilleros dieron cuenta de él y sus restos azulados iluminaron el policarbonato del parabrisas durante unas décimas de segundo. Los otros dos se abrieron a ambos lados y comenzaron a disparar.
Accionó los motores y empezó a perder velocidad, aunque aquella maniobra hizo que se hundiera aún más en el respaldo de su asiento. La Cap Mod seguía frenando, pero cuando las toberas pasaron por debajo de él, lanzó una segunda andanada. Si consiguió hacer algún impacto nunca lo supo. Los fotones liberados por su rival volvieron locos sus instrumentos un instante y las interferencias le impidieron ver el cálculo táctico de su ataque. Sólo un ciego se acerca a una nave por sus motores, le hab´`ian advertido en una ocasión.
Guiñó la nave y aceleró para pasar por debajo de su enemigo, pero su velocidad seguía siendo muy grande y vio como se alejaba sin poder perseguirla. Tras unos segundos, volvió a recuperar su capacidad de maniobra frontal y se dirigió en persecución de su enemigo. Dos trialones más habían caído, pero otros dos se habían sumado a la lucha. La Cap Mod parecía dispuesta a lanzar todo su poder destructivo contra la estación espacial; los trialones, pensó, debemos parecerles pequeños mosquitos. Pero la realidad le contradijo enseguida porque uno de los cañones dirigió sus trazadoras hacia él. El radar pitaba advertencias de localización con sistemas de puntería, mientras que él hacía lo posible por esquivar todo lo que se le venía encima. Dio más vueltas que en las sesiones de entrenamiento, en el aparato ese que te pone a varias ges para comprobar cuantos almuerzos de la cafetería eres capaz de devolver... seguidos.
Sus movimientos eran tan erráticos que era incapaz de fijar sus propios disparos y, por tanto, reservó su escasa munición, pero observó, con terror, que se acercaba a la zona de maniobra de otros compañeros y, para evitar problemas, quebró 90 grados y se alejó del enemigo. En la escuela de pilotos les habían dicho que era mejor mantener una formación de combate, pero que en su caso, dadas las escasas horas de vuelo en formación, iba a ser más seguro que se mantuvieran separados. Dos compañeros suyos explotaron, posiblemente no recordaron la advertencia del instructor o los artilleros del Cap Mod eran realmente buenos. Su segunda aproximación había sido un fracaso mayúsculo, no iba a permitir que le pasara lo mismo con la tercera.
La Cap Mod llevaba ambas torretas en el casco superior, aunque a ambos lados. Eso le permitía cubrir todos los ángulos laterales y el superior, pero en la parte inferior, si te acercabas lo suficiente, había un ángulo vacío que permitía disparar sin que te atacaran. No es que lo acabara de descubrir, recordaba las instrucciones teóricas y los modelos enemigos. Voló en un arco buscando el eje del enemigo y aceleró al máximo de los motores. Su enemigo también aceleró y enfiló la nave contra la estación espacial. Otra bola azulada en el cielo y sus torretas concentraron todo su fuego contra la base. La radio se convirtió en una sucesión de aullidos y maldiciones mientras la metralla de los impactos enemigos cubrían el puente militar de la misma. Una cacofonía disonante que se acrecentó con las llamadas de auxilio y las peticiones de informes de daños. Alguien recordó entonces a los pilotos y el canal de audio quedó ensordecido. La Cap Mod siguió disparando mientras cruzaba al lado de la estación, ignorando a los tres trialones, el era el cuarto que quedaba en pie, que disparaban sin éxito.
Pensó que la nave giraría para volver a arremeter contra la base y pensó que mientras daba la vuelta sería su oportunidad de alcanzarla, aunque ya estaba cerca. Sin embargo, siguieron en línea recta y siguieron acelerando. Otra explosión azul y comprendió la estrategia. No iban a volver. Había sido una incursión, aparecer y desaparecer, pero no iba a permitir que se le escaparan. Le pidió a sus motores más de lo recomendable y se lanzó a por ellos. Ellos podrían acelerar, pero él los perseguiría.
Otra explosión azul y pensó: «si te detienes, sobrevives». Pero reconoció que aquel pensamiento no era suyo. Estaba muerto, lo sabía. Todo era cuestión de tiempo.
La Cap Mod aceleró. Su trialón también. Una tercera explosión, pero la distancia se acortaba, cada vez más. Iba a conseguirlo.
Entonces le vieron y una de las torretas (la otra parecía haber enmudecido) se concentró en él. Quebró un poco la trayectoria para que la propia nave le cubriera, y lo consiguió. Ellos respondieron iniciando un giro de 180º sobre su eje longitudinal, para poner la parte de arriba, abajo. Pero no le sorprendieron y con otro pequeño quiebro volvió a cubrirse.
Sus motores empezaban a calentarse y el ordenador de a bordo le avisó de la distancia y velocidad excesiva que estaba respecto a la base. Lo ignoró. Siguió acecándose, un poco cada vez, un poco cada vez. Cuando entro bajo la influencia de los motores, se quedó ciego. Sus instrumentos se apagaron y perdió cualquier noción de referencia del mundo exterior. Sus motores seguían en funcionamiento y la distancia con el enemigo, al que tenía en visual, se acortaba. No necesitaba más.
Cuando estuvo debajo de la nave, protegido del motor, le sorprendió que la nave no intentara girarse para atraparle. Tal vez el haz fotónico de los motores que había vuelto loco a sus instrumentos, le había ocultado de sus enemigos. ¿Tal vez no supieran que estaba allí? Sus conocimientos aeroespaciales no eran muy amplios y no supo reconocer que la nave no podía girar aunque hubieran sabido que estaba allí. En ese momento toda la energía estaba siendo desviada al motor de salto.
Redujo manualmente la potencia del motor, no quería adelantarles ahora, y esperó a que los sistemas de control de armamento, uno de los elementos más robustos de la nave, volvieran a estar operativos. Sólo era cuestión de tiempo... y pasó.
Apuntó, iba a soltar su primera descarga cuando una oleada de irrealidad recorrió su cuerpo. Lo han descrito de muchas maneras y ninguna de ellas se aproxima a la verdad, pero para alguien que no lo ha vivido nunca (y menos en una nave espacial monoplaza) cualquier palabra está de más. El universo dejó de existir y se encontró en la más oscura de las negruras.
Tras los primeros instantes de pánico, supo lo que había pasado. La Cap Mod había saltado al subespacio y al estar tan cerca de ella, le había arrastrado con ella dentro del campo Faus Carber. ¿Pero dónde estaba?. No tenía instrumentos y a través del parabrisas no lograba distinguir nada. ¿Estaba allí realmente la nave? ¿Y si estaba, podía verle? ¿Sabían ellos que él estaba allí?
Si el soporte vital aguantaba, ¿qué pasaría cuando volvieran? Le arrastrarían con él, se desintegraría por el esfuerzo de un segundo salto. ¿Estaría derivando lentamente en el interior del campo y se acercaría al límete donde, según le habían explicado, se desintegraría en partículas subatómicas. ¿Y por qué tenía esas terribles nauseas?
Supo lo que tenía que hacer aún antes de saber que podía hacerse. Buscó a tientas en la oscuridad de la cabina un compartimento de autodestrucción. Iba a morir, eso lo había sabido desde el principio, pero la explosión de su nave, junto a su motor de fusión, deberían ser suficiente para desestabilizar el campo Faus Carber de la nave. Había oído que las minas subespaciales funcionaban de forma parecida. Sólo tenía que activar la llave, le costó descubrir hacia que lado girarla, arrancar la cinta de seguridad y esperar que pasara el tiempo. Un contador empezó la cuenta atrás, pero en la especial física del subespacio sus números eran invisibles. No sabía cuanto tiempo pasaría, pero le pillaría esperando...
3, 2, 1...
Se preguntó de qué color serían las explosiones en el subespacio...