Entre 1941 y 1944, más del 10 por ciento de los soldados examinados por médicos militares fueron excluidos del servicio; el 37 por ciento de estos fueron dados de baja por motivos neuropsiquiátricos.
Ya desde la Primera Guerra Mundial se sabía que el método más eficaz de los que se disponían para reducir la «fatiga de guerra» era precisamente alejar a los soldados del entorno de batalla durante un tiempo. Pero dado el alto número de personas que sufrían este trastorno, se hacía necesario recurrir a métodos que permitieran tratar a los pacientes rápido, cerca de la batalla y con buenas expectativas de recuperación, al menos temporal. Aunque esta forma de trabajar llegó a generar un 70 por ciento de retornos al frente, lo cierto es que muchos de estos recaían pronto, incluso ante el sonido del primer disparo.
Este no era el único problema al que el tratamiento de síntomas psiquiátricos específicos de la exposición a la guerra. Otro de ellos era la ausencia de medicación específica para tratar problemas psiquiátricos. La investigación de productos químicos con efectos neurológicos estaba en pañales. La verdadera explosión de la farmacopea psiquiátrica se produciría, de hecho, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Sigue leyendo