Recibe este singular nombre una enorme hematites cuya leyenda ha ido creciendo con los años. El primer acto violento que se le atribuye fue la muerte del hijo mayor de los Fariles, una acaudalada familia de Cunia de los años 20. Al parecer, según la versión oficial, los dos hermanos jugaban en el jardín de la casa familiar cuando uno de ellos tropezó (fue empujado según algunas versiones) golpeándose la cabeza contra la piedra. Esta, que estaba en el jardín porque la madre del muchacho creía en las propiedades místicas de las hematites (su capacidad de ordenar el aura de las personas), se tiñó de rojo con la sangre inocente del muchacho. Esta desgracia alteró mucho a la familia y en pocos años ambos progenitores murieron y toda la herencia familiar quedó en manos del hijo menor quién, con los años, revelaría una naturaleza psicótica que provocaría la ruina de la familia Fariles y su encierro en una institución psiquiátrica.
La casa familiar ardió, pero la piedra, en el exterior, no resultó muy dañada. Había adquirido cierto tono rojizo que algunos achacaron a la sangre, pero que, como luego se pudo comprobar, era debida a la oxidación de algunas impurezas presentes en la piedra (o, al menos, eso dijeron los expertos).
Durante años, la piedra permaneció en un almacén donde se guardaron las pertenencias de la familia mientras se dirimían las cuestiones legales sobre la herencia. El almacén acabó subastado y fue comprado por un veterano subastero que se encaprichó de la piedra sin conocer su historia y la colocó en su propia casa. Años más tardes moriría por un golpe con ella propinado por su mujer quién, en el juicio, declaró que se había visto obligada a hacerlo para defenderse de las agresiones y malos tratos continuos de su marido. El jurado no la creyó y consideró que 56 golpes en la cabeza con la piedra no podía considerarse defensa propia.
La piedra acabó en las dependencias de los juzgados donde permaneció olvidada un tiempo y donde fue el arma usada en una agresión entre compañeros de los tribunales. Los hechos no están del todo claros, pero parece que fue una disputa de pareja en los almacenes judiciales y uno de ellos utilizó la piedra para golpear al otro. En esta ocasión no hubo fallecidos, pero la piedra volvió a pasar otra temporada en una caja mientras se celebraba el juicio por agresiones. Terminado este y dado que el arma no pertenecía a los implicados y el caso original hacía tiempo que había terminado su plazo de custodia, un juez decidió quedársela y se la regaló a un pariente que, por lo visto, era aficionado a la geología.
A este pariente es a quién le debemos los estudios más científicos sobre la piedra y razón por la que sabemos que su color no es la sangre de sus víctimas. Terminada de estudiarla, la piedra no tenía ningún valor real y fue olvidada en una estantería. Estantería de la que se cayó golpeando en la cabeza. Este no le dio importancia al golpe, salvo el dolor momentáneo, y continuó con su vida para morir días después de un derrame cerebral provocado por el golpe no atendido.
El destino de la piedra es oscuro a partir de ese momento pues no se sabe dónde fue a parar y en que manos estuvo, pero se la relaciona con tres casos violentos más dentro del mundo criminal de Cunia. La piedra reaparecía en una prestigiosa subasta y fue adquirida por un pujador anónimo que pagó 75.000 euros por el objeto. Hay todo un mercado para los objetos macabros o relacionados con la muerte. Los rumores apuntan a Rafael Rodríguez como el actual dueño de la piedra de sangre.