En la costa occidental de Pangea, cerca del extremo norte de las Montañas Negras y al sur del río Gortjham, existe la región del Aruj Druma. Coloquialmente «Aruj» a secas, que en el lenguaje más culto de los chamanes de la zona también se traduce como «espejismo» (ver también 17043 ).
Junto a una cala arenosa en la parte más septentrional de la región del Aruj se ha instalado hace unos diez años el grakin de Calaredonda. En realidad, el nombre de grakin le viene algo grande. Primero, porque mientras los grakin suelen ser asentamientos multiraciales la casi totalidad de los habitantes de Calaredonda son mendwan de piel curtida por el viento, salvo un bronto solitario llamado Ussur al que no parece traerle más afición que contemplar el mar y pescar. Segundo, porque estamos hablando de tan solo 16 chozas de diversos tamaños en las que viven permanentemente un máximo de 60 personas, además de un almacén comunitario de madera. Si por algo se podría llamar grakin a este asentamiento es por ser un puesto comercial atractivo para el resto de habitantes más viajeros de la región, que van y vienen de Calaredonda buscando el carácter especial y exclusivo de algunos de sus productos.
La cultura caladera
En general los caladeros se llevan bien con cualquier cultura que tenga un parecido respeto o conocimiento del mar que ellos, siendo más recelosos de todos aquellos que han vivido siempre en el interior. Son personas en general amables, modestas, de carácter práctico y colaborador cuando trabajan pero excesivamente soñadores y solitarios en los momentos de descanso.
Como para el resto de arujanos, el ciclo de la Druma es muy importante pero en su caso tiene poco que ver con la superstición y mucho con un hecho absolutamente objetivo.
Cada vez que la Druma está en su apogeo, algo muy especial ocurre en Calarredonda. Precedidas de un concierto de cánticos que a los «caladeros» les gusta escuchar más que ninguna cosa en el mundo, enormes criaturas marinas a las que llaman Seraku (que podrían compararse con los Cetotherium de nuestro periodo Mioceno) salen del agua y quedan embarrancadas en la playa. Nunca menos de una y hasta el momento nunca más de cuatro, dependiendo de la temperatura del agua. Otro de los nombres con los que se llama a estos animales es «Hijas de la Druma».
Cuando esto ocurre, los caladeros bajan a la playa, hombre, mujeres y niños, y comienzan la tarea de liberarlas de la arena y empujarlas de vuelta al mar. Mientras las personas más fuertes se empeñan en esta tarea, el resto recoge de la fuerte piel de las Seraku apetitosos moluscos y, sobre todo, llenan sacos de cuero con una secreción cerosa gris, veteada de azul oscuro, que produce la propia piel de los animales. Esta sustancia pueden utilizarse en emplastos para evitar infecciones o como pero sobre todo es inflamable, su fuego dura más y es más difícil de apagar que el de una antorcha normal y es muy sencilla de untar en casi cualquier superficie. Estas propiedades y su escasez la hacen una de las sustancias más valiosas de Aruj y posiblemente de todo Pangea.
Además, cuando alguno de estos animales llega muerto a la orilla, víctima de la vejez o del ataque de un megalodón, aprovechan todo lo que pueden de la criatura, incluyendo sus huesos para todo tipo de utensilios.
Por supuesto, hay otros productos típicos de la costa que podrían interesar a un grupo de visitantes del grakin. Además del esperable pescado variado, un alimento excelente, pueden encontrar conchas marinas, caparazones de tortuga, erizos de mar, algas con propiedades distintas de las plantas que se pueden hallar en tierra…
Las creencias caladeras
Los habitantes de Calaredonda son especialmente devotos del ciclo de la Druma y esta creencia incorporan por supuesto a los Seraku son su más importante animal totémico, del que realizan representaciones en diversos materiales. También guardan un profundo respeto a las mareas, que usan para contar el tiempo.
También guardan un respeto a sus muertos, más longevo que el de la media de los pangeanos. Los ven como espíritus benéficos que pasean por la playa y a veces dejan sus huellas en la arena, lo que los caladeros interpretan como un signo de que deben viajar durante una temporada para crecer espiritualmente. También creen que cuando uno de estos antepasados no es respetado por sus familiares se convierte en un espíritu inquieto y con malas intenciones que se interna tierra adentro para no dejar de viajar, llevando desgracias a los pueblos del interior.
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