Llevaban más de tres horas en el subespacio. El motor Faus Carber amenazaba con colapsarse de un momento a otro y las alarmas de precaución sonarían si Arles no las hubiera anulado de un manotazo. Juana miraba las pantallas de datos y murmuraba: «un poco más, solo un poco más».
Llegando a la cuarta hora, fue evidente. El campo de contención subespacial estaba colapsando y Juana dio la orden de salir. La nave Victoria de la clase B volvió al espacio real a una increíble velocidad, quizás era la nave más veloz de la galaxia en ese momento y las radiaciones de Cherenkov parecían perezosas nubes azuladas.
Noventa segundos después, dos enormes celatanes surgieron detrás de ellos y mantuvieron la distancia y la persecución.
-Quizás deberíamos dispararles -se escuchó a Fernández por los auriculares desde la sala de los motores.
No recibió respuesta. Tenían claro que la destrucción de unos pobres animales era la última opción, pero no podían correr eternamente. Tarde o temprano el motor subespacial les diría que no daba más de sí o se les acabaría el combustible o el estrés del salto les provocaría algún error. Sus perseguidores parecían ajenos a esas posibilidades.
-Tor, busca una estrella cercana
En unos segundos, le dio la dirección.