Los servicios de inteligencia españoles durante la Guerra de la Independencia, además de centrarse en conseguir información sobre la cantidad y movimientos de las tropas enemigas, también emprendieron alguna que otra osada operación, dignas de un folletín de aventuras. Una de las más arriesgadas fue el intento realizado en 1812 para rescatar al rey Fernando VII de su cautiverio en Valençay.
El plan se gestó gracias a un golpe de suerte centrado en la persona del sacerdote Manuel Sobrail. Este religioso español, residente en Puerto Real, había sido capellán del Hospital Carlos en la Isla del León, donde atendió a los oficiales enfermos que habían caído presos en Bailén. Quiso la fortuna que el pontón donde se encontraban prisioneros estos oficiales una vez sanados de sus heridas, se soltó durante un temporal y fue a parar a la zona francesa. Así estos oficiales se reincorporaron al cuartel general del mariscal Víctor, al que le dieron buena cuenta de la excelente conducta y trato recibido de manos de Sobrail. El mariscal, en agradecimiento, mando llamar a Sobrail y pronto se estableció entre ellos una relación amistosa. ¿Y qué podía motivar el cultivo de esta relación por parte del sacerdote, además de ser una persona culta que hablaba perfectamente el francés? Pues que, sin ir más lejos, Sobrail resultaba ser un comisionado de la Regencia para informar de los movimientos que alrededor de la capital realizaban los sitiadores de Cádiz. Era, pues, un espía al servicio de la insurgencia contra el francés.
El último desencadenante del plan ocurrió cuando, otra vez por azar, un jefe de batallón francés se alojó en casa del sacerdote. Allí le comentó que recientemente había sido nombrado Jefe de la Policía Departamental encargada de la vigilancia de Fernando VII en Valençay. En pocos días partiría para incorporarse a su destino e invitó al buen sacerdote a que le visitase en su nuevo destino.
Con esta excelente mano que le había repartido el destino Sobrail comenzó a planificar la liberación del rey. Se entrevisto con su superior en los servicios de inteligencia españoles, el brigadier Rojas, y juntos presentaron el plan a la Regencia, que autorizó la entrega de un millón de reales a Sobrail para sufragar al misión y le facilitaron una serie de cartas que debía facilitar al rey para que este estuviera seguro de la veracidad de sus intenciones. Por su parte Rojas se desplazaría para supervisar la operación a Bilbao o Santander, a donde se enviaría una goleta armada para evacuar al fugitivo.
Así, en solitario y con una arriesgada misión, el sacerdote Manuel Sobrail salió de Puerto de Real un 3 de febrero acompañando al séquito de Víctor, el cual se dirigía a Francia. Tras casi dos meses de viaje finalmente llegó a Irún el 20 de marzo. Allí contacto con otro miembro del servicio de inteligencia, el administrador de Correos Simón Iriarte. Este queda encargado de trasladar los escritos de Sobrail a sus superiores y de organizar la logística de la extracción en la ciudad. Se habilita así una casa franca en la orilla francesa del Bidasoa, propiedad de una respetada familia de la ciudad con fama de afrancesados. También se habilita una barca que ayudar al rey fugitivo a cruzar el río e incluso una escolta de tropas españolas para llevar al rey a su cita con la goleta.
Con todos los preparativos listos en España, Sobrail cruza la frontera y se interna en Francia gracias a un salvoconducto emitido por el mariscal. Una vez en Bayona adopta el cargo de capellán de la escolta del mariscal para eludir las sospechas de la policía. Por fin el 6 de abril consigue citarse en Amboise con su amigo el Jefe de Policía, al que le traslada su deseo de entrevistarse con el rey y hacerle entrega de unas monedas de oro acuñadas en México con motivo de su coronación. Su amigo le hizo ver la dificulta de llevar a cabo sus intenciones, al estar el rey muy vigilado en todo momento. Finalmente Sobrail le entregó las monedas para que se las hiciera llegar al rey, pidiéndole al tiempo máxima discreción para evitar malentendidos.
Obligado a acompañar al séquito de Víctor, Sobrail debe desplazarse a Paris, donde solicita un permiso de residencia de un mes para llevar a cabo ciertos asuntos comerciales. Para evitar problemas enterró las cartas que tenía que entregar al rey en los Campos Elíseos y comenzó a preparar una nueva reunión con su amigo el jefe de batallón. Consigue reunirse nuevamente con él el 13 de abril en Orleans. Allí su confidente le relata la entrevista que tuvo con el rey. Este se mostró en todo momento atemorizado; tenía serias sospechas de que todo formaba parte de un plan urdido por la Policía de Paris para tenderle una trampa y hacerle quedar como un criminal y un intrigante al reunirse con agentes españoles en secreto. Rehusó aceptar las monedas y solo tras las presiones del jefe de batallón accedió a reunirse con Sobrail si este traía autorización directa del Jefe de Policía de Paris.
Sabiendo que jamás conseguiría esa autorización, Sobrail decidió jugarse el todo por el todo y apostar fuerte. Le confesó a su amigo que su auténtica misión era entrarle unas cartas al monarca que le explicarían la situación actual en España. Con esta información el confidente se entrevisto nuevamente con el rey, el cual accedió a recibir a Sobrail solo si previamente lo autorizaba su antiguo preceptor, Juan Escoiz, que se encontraba también bajo vigilancia en Bourges.
Lamentablemente el cerco junto a Sobrail comenzó a estrecharse. Sus motivos para permanecer el Paris eran cada vez más cuestionables y un día recibió el aviso de acudir en presencia de Joseph Fouché, Ministro de Policía de Napoleón. Durante la entrevista, que tuvo lugar el 6 de mayo, Fouché le interrogó por la situación en España, las relaciones entre los mariscales Soult y Víctor y qué opinión merecía a los españoles la Regencia.
Sobrail consiguió responder a sus preguntas con habilidad y salió por su propio pie de la reunión, pero se sabía en el punto de mira. Así el 9 de mayo abandonó Paris con rumbo a Bayona donde dio cuenta del fracaso de su misión. Finalmente consiguió volver a Cádiz, donde el 18 de noviembre hizo entrega del informe completo de su misión. Culminaba así en fracaso una arriesgada aventura que al menos consiguió devolver con vida a su hogar al principal agente e instigador de la misma.