Si se exceptúan las toscas piezas líticas que usan para para tallas sus estatuas rituales, los gruba apenas emplean herramientas o útiles de cualesquier tipo. En realidad, necesitan muy pocos utensilios y apenas han desarrollado la artesanía más elemental. Afilan toscas lanzas de madera que emplean en las contadas ocasiones en que escogen no pelear cuerpo a cuerpo, y tallan ídolos de piedra que representan la fertilidad de sus hembras, pero eso es todo. Excepcionalmente, tres o cuatro grubas se acercan a un grakin y llevan a cabo trueques para conseguir las herramientas que precisan, aunque solo cuando ellos así lo desean. Los comerciantes de otras razas bien saben que acercarse sin ser invitados a un asentamiento gruba es una acción suicida. Y los grubajamás invitan a nadie a sus cubiles.
Sin embargo, una de los escasos instrumentos que puede ser considerado como artesanía genuinamente gruba son los llamados «cuencos del anciano», un recipiente que los grubas más viejos emplean para beber. Fabricados con los cráneos del último enemigo derrotado por el anciano antes de dejar de ser considerado un cazador, los cuencos son entregados por el líder del grupo como forma de reconocer la nueva posición del individuo como anciano.
Cuando llega ese momento en su vida en el que un cazador gruba siente que comienza a perder facultades físicas, sale en busca de un enemigo declarado de su clan, muchas veces un conocido esclavista o un miembro de un clan enemigo. Una vez lo encuentra, lo desafía a combate singular. Si consigue derrotarlo, lo decapita y lleva consigo su cabeza de regreso a su hogar. Una vez allí, un «artesano» gruba arranca la cabellera, saca los ojos y corta las orejas. Después, lima los rasgos de la cara hasta dejar una superficie pulimentada, desprende las mandíbulas y cincela meticulosamente los bordes con raspadores de piedra.
Una vez el cuenco está listo, se celebra una pequeña ceremonia a la luz de la druma, durante la cual el líder del clan entrega el cuenco al nuevo anciano. A partir de ese momento dejan de cazar, se convierten en consejeros del jefe y pasan a depender del clan, el cual cubre todas sus necesidades hasta la muerte.
Los ancianos gruba están dispensados tanto de la caza como de la necesidad de ir a beber agua al manantial, corriente o poza de la que se abastezca el asentamiento. Es su privilegio que uno de los cachorros le traiga agua en su cuenco-cráneo cuando esté sediento, ya sea de día o de noche. Estos cuencos son muy preciados para los gruba, pues se considera que están ligados al espíritu del propio anciano. Los ancianos fallecidos son enterrados en cementerios sagrados con el cuenco sujeto en sus manos, sobre el pecho y, si uno de ellos se perdiese o fuera robado, el clan no descansaría hasta recuperarlo a cualquier coste.