Número: 183. 4ª época. Año XXI ISSN: 1989-6289
Los aviones pasaron por encima de sus cabezas al finalizar la noche y crearon un nuevo amanecer al sur, sobre las posiciones alemanas en torno a la ciudad de Marigny. Las explosiones se perdían hacia el oeste. La operación Cobra había comenzado.
Tras los aviones, la artillería del cuerpo hizo lo propio. Se oía el seco sonido de sus disparos, pero también les llegaba la vibración de las detonaciones. Afortunadamente, no era la Sangrienta Siete la que estaba recibiendo ese castigo, pero si le preguntaba a alguno de ellos, ninguno sentía lastima por los defensores de las SS. Ya habían aprendido lo suficiente de ellos como para no tener ninguna empatía.
El ruido de las orugas sustituyó al estruendo artillero y, más tarde las voces y los gritos de los oficiales, pero ellos no se movieron, no; en aquella ocasión se quedaban en la reserva. Quizás eso significaba que tenían que ir a salvarles el culo a los demás cuando todo se hubiera complicado.
Tres días después de escuchar como combaten los demás, de comer mal y tarde porque hay otros que tienen prioridad en el rancho, de vigilar el frente por si los alemanes deciden contraatacar por su sector y de dormir poco, reciben la orden de avanzar a la ciudad de Marigny. Por lo que dicen, la batalla ha terminado y ha llegado el momento de relevar a las avanzadillas de la 1ª división, a los muchachos del 18º regimiento.
Entrando en la ciudad se topan con los primeros civiles, unos muchachos llenos de polvo y hollín, con las ropas remendadas, pero con caras felices. Intercambian con ellos saludos en un inglés básico, les dan chocolate y a cambio reciben algo de pan. Un cambio justo.
Cuando salen de la calle principal se topan con la realidad de Marigny: cadáveres. Cuerpos de soldados en las ventanas, en los portales, en las trincheras. Uniformes americanos y de la SS. Una carnicería.
—¿A quién le va a tocar enterrar a todos estos pobres diablos? -pregunta Gonzalez.
Nadie responde.