Número: 195.     4ª época.     Año XXI     ISSN: 1989-6289

195 > Ambientación > Operaciones > 41-03 - Operación Claymore (CdG). Por: Juan Carlos Herreros Lucas

 

Operación Claymore

Tras los resultados poco esperanzadores de las operaciones Collar (19343 Ver) y Ambassador (19444 Ver) y el cambio del foco de atención de la guerra al Mediterráneo (lo que supondría el envío de varios grupos de comandos a ese teatro de operaciones), el mando británico esperaría a marzo de 1941 para lanzar una nueva operación. En este caso, el objetivo eran las islas noruegas de Lofoten. La importancia estratégica de las islas radicaba en su industria de pescado; del aceite que se obtenía de ella se obtenía glicerina que si era un recurso estratégico para Alemania.

HMS Somail, líder de la 6ª flotilla de destructores, fotografiado en julio de 1939- Imagen de dominio público de la colección del Imperial War Museum.

En la misión participaría el Comando nº 3, el nº4, una sección de los Ingenieros Reales y 52 soldados y oficiales de la 1ª Compañía Independiente Noruega (una unidad formada por noruegos dentro del SOE británico y cuya misión era realizar operaciones en suelo noruego, ya ocupado por los alemanes en esta época). Todo este numeroso grupo sería llevado al destino en dos buques de transporte que iban escoltados por la 6ª flotilla de destructores, todo de la Royal Navy.

Se podría decir que fue la primera misión a gran escala de los comandos británicos y fue la primera dirigida a Noruega. El objetivo de la misión no era enfrentarse a los alemanes de la isla, ni ocuparla. Debían evitar el contacto con el enemigo e infringir el máximo daño posible en las instalaciones portuarias y de la industria de pescado local.

Las islas Lofoten están a unos 100 kilómetros al norte del círculo polar ártico y cerca de la costa noruega y algunos participantes de la operación recibieron un entrenamiento final en las islas Faroe desde finales de febrero hasta el 1 de marzo, fecha en la que toda la expedición se hizo a la mar. Viajaron durante tres días con mal tiempo, lo que afectó a los comandos y soldados del asalto, además, los aviones de reconocimiento alemán los localizaron, pero nadie, ni aviones ni submarinos, salió a su encuentro.

Hielo en las costas noruegas. Imagen de dominio público del Imperial War Museum

A primeras horas del día 4, el grupo se embarcó en las diferentes embarcaciones que les llevarían a sus destinos dentro de las islas Lofoten. Dada la oscuridad, el mando decidió retrasar la operación 15 minutos y así favorecer el desembarco. Al final, se retrasarían un poco más y llegarían a la costa a las 6:50 (estaba previsto a las 6:30). El comando nº3 se dirigiría a Stamsund y Henningsvaer y el comando nº 4 a Svolvaer y Brettesnes. Un pesquero armado, el Krebs, se enfrentó a la flotilla. Consiguieron hacer 4 disparos sin alcanzar a sus enemigos antes de que el HMS Somali lo hundiera. Mientras ocurría el combate naval, las lanchas de desembarco se encontraban con un inesperado problema. El frío (y las salpicaduras de mar) había formado hielo sobre la ropa de los comandos y eso dificultaba sus movimientos, pero, además, las lanchas dejaban caer sus rampas sobre hielo (que estaba a la orilla del mar) y moverse sobre esa resbaladiza superficie era complicado. Por fortuna, los defensores alemanes no estaban alerta y no se opusieron a los desembarco. Podría haber sido una situación muy peligrosa desembarcar sobre el hielo mientras te disparaban desde la orilla.

Nadie esperaba el ataque e, incluso, algunos habitantes locales fueron a sus trabajos creyendo que los de la playa eran alemanes en medio de un ejercicio. Los comandos pudieron tomar el puerto y las instalaciones industriales casi sin oposición y tal fue la tranquilidad que incluso intercambiaron cafés con los locales. Dentro de las anécdotas de la misión, se cuenta que el teniente Wills envió un telegrama a Hitler desde la estación de Stamsund recriminando al dictador que había dicho que los alemanes repelerían cualquier desembarco británico y preguntándole dónde estaban sus tropas. Es posible que el tiempo haya engrandecido esta anécdota, pero sin duda fue una operación tranquila, como lo demuestra el hecho de que un oficial requisara un autobús para acercarse a una base de hidroaviones cercana y ampliar la destrucción más allá de la prevista.

Voladura de las instalaciones de aceite de pescado en la operación Claymore. Imagen de dominio público, colección del Imperial War Museum

Al mediodía ya se habían colocado las cargas de demolición y se procedió a las voladuras. Se destruyó una planta de aceite en Stamsund, dos factorías en Henningsvaer y otras 13 en Svolvaer, unos 3.600 m3 de aceite ardieron y varios barcos en puerto (Hamburg, Pasajes, Felix, Mira, Eilenau, Rissen, Ando, Grotto y el Bernhardt Schltz) fueron destruidos totalizando unas 18.000 toneladas. Además, capturaron a 228 prisioneros (7 de la Kriegsmarine, 3 del Heer, 15 de la Luftwaffe, 2 de las SS, 147 de la marina mercante 14 civiles colaboracionistas); junto a estos, también embarcarían de vuelta a Gran Bretaña unos 300 voluntarios para las Fuerzas Armadas Noruegas en el exilio. No se produjo ninguna baja y, en cierta manera, los Comandos volvieron insatisfechos porque después de tan duro entrenamiento no hubieran tenido oportunidad de un enfrentamiento con el enemigo.

Aunque la misión fue un éxito, consiguió sus objetivos, fue este puesto en duda en algunas instancias de los altos mandos británicos. La operación había salido bien, pero podría haber sido un desastre para un resultado tan exiguo: algunos prisioneros, algunos barcos hundidos e instalaciones voladas. Los soldados, marineros y los destructores puestos en peligro valían más que el pobre resultado. La operación Claymore tuvo dos consecuencias: la primera es que Alemania reforzó su presencia en Noruega, lo que implicó que tuvo que sacar efectivos de otros lugares. Y la segunda, que fue totalmente inesperada y que tardó en ser pública (lo que favoreció a los detractores de los comandos), fue que en los restos del Krebs (el barco mercante hundido) se encontraron algunos rodillos de una máquina enigma y un libro de códigos. Sería el primer paso para uno de los avances de la contrainteligencia británica que más influyó en el desarrollo de la guerra.