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viernes, 4 de octubre de 2024


 

¡Empujad!

Henri Chapelle (Bélgica), 14 de septiembre de 1944

Estaban a poco más de un kilómetro de la ciudad de Lieja (Liege) y entre el humo del bombardeo preliminar se veían las siluetas de las casas de la población. Varias alturas y techos inclinados. Alguien comentó que allí debía nevar bastante y alguien, quizás un oficial, le respondió que no pensaba estar allí en invierno. Esas pequeñas bromas antes de la batalla.

Aquella ciudad había sido testigo de los inicios de dos guerras mundiales y la Sangrienta Siete (y alguno más) avanzaba pegada a los carros de combate para liberarla. No había recorrido ni la mitad del terreno cuando empezaron a llegar las primeras descargas.

-Son morteros -avisó Rogers y cómo siempre, uno se preguntaba cómo era capaz de reconocerlos solo por el sonido. Se agruparon en la parte trasera del Sherman que los cubría esperando que ningún disparo fuera ligeramente largo. Los oídos se les taponaron cuando su parapeto respondió al fuego y una barricada de entrada a la ciudad voló por los aires.

-Cuando están, bien están -apostilló Fernandez al disparo.

Siguieron avanzando, pero la reacción alamana se redujo, primero por la cortina de humo que lanzaron los Ton Long por encima de sus cabezas y segundo por la aviación que estaba por la zona cazando objetivos de oportunidad.

Llegaron a las primeras casas y fue cuando la Uno Rojo realizó su asalto. Muchas ventanas tenían sábanas blancas en ellas, pero ya no se fiaban de esas señales y casa a casa, piso a piso los fueron recibiendo. Asustados belgas les miraban desde sótano y las caras de los más ancianos sonreían al verles. Edificio a edificio, calle a calle fueron avanzando, limpiando un nido de ametralladora en una ocasión, una posición antitanque en otra o dando cuenta de un panzer IV emboscado en una oculta calleja. Siempre adelante, siempre empujando.

Había algo que la Sangrienta Siete sabía. Aquella era la última ciudad que liberarían en aquella maldita guerra. A partir de ella, serían conquistadores. Y por eso empujaban, empujaban para llegar cuanto antes a Alemania…

 

 

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«Quien habla mal de mí a mis espaldas mi culo contempla.»

Churchill