Llego hasta aquí
Aguantando la bolsa
Bagnoles de l'Orne, 17 de agosto de 1944
-El problema de apretar una bolsa -explicaba el sargento- es que el aire o el líquido del interior tiende a reventarla por el punto más débil, lo que, por lo general, ocurre cerca de la boca de la bolsa. -Y con un gesto rápido golpeó la bolsa de tela contra el suelo lo que hizo que se le reventaran las costuras de la parte superior-. ¿Veis este agujero? -añadió enseñando un dedo por el siete-. Aquí estamos nosotros y el capitán no quiere que la bolsa se rasgue por nuestra posición.
Con aquella explicación, la Sangrienta Siete supo que su siguiente misión no era avanzar, sino retener. Había pasado varios días persiguiendo a los alemanes, pero los habían atrapado. Polacos y canadienses luchaban por encontrarse y mantener sellada la salida del este, pero ellos debían detener cualquier intento de ruptura por su zona.
Los primeros en asomar la cabeza fueron algunos elementos del 5º Ejército y, en concreto, varios panzer IV acompañados por panzergranaderos. A ellos les correspondió lidiar con estos segundos, pero los chicos de los cazas fueron la pesadilla de los carros. De vez en cuando, alguno conseguía alcanzar la protección de los árboles bajo los que ellos estaban, pero allí se encontraban con la sorpresa de los wolverines agazapados. Los muchachos de los M10 eran antipáticos, pero eficaces.
Cambiaron el cañón de la ametralladora antes de la segunda oleada, un truco que Snelling había aprendido en el norte de África; fue un acierto porque el siguiente ataque fue aún más intenso. Avanzaban soldados y SS (o quizás era gente de los carros descabalgada, a esa distancia era difícil reconocerlos). Y aunque la gentil Browning se portó como una campeona aquellas primera horas, fueron los BAR, con su alcance, y los morteros, con su precisión, los que marcaron la diferencia. Pocos alemanes alcanzaron el linde del bosque y los que lo hacían se retiraban enseguida (o morían) al descubrir a la Uno Rojo bajo los árboles.
Los siguientes días fueron una repetición de este primero. Un ataque detrás de otro y, el cansancio entre sus filas, fue casi tan mortal como las armas de los boches. Uno de los novatos se durmió mientras lanzaba una granada. Él y otro de esos chicos que aún no tenían nombre abandonaron la batalla. No llegarían a casa.
El día 19, la violencia de las acometidas se redujo y la frecuencia de estas. El sargento se permitió cierta relajación y dejó que Fernandez se marchara a retaguardia a conseguir munición y reconstituyentes. Volvió con más de lo segundo que de lo primero, como siempre hacía. Dos días después, la bolsa estaba cerrada y asegurada y los rumores de rendiciones en masa empezaron a recorrer las trincheras. Siempre ocurre que estos chismes viajan más rápido que las órdenes.
Un grupo de soldados alemanes apareció tras la colina con los brazos en alto. Snelling volvió a coger la ametralladora y los apuntó:
-¿Disparo, sargento?
Este se tomó unos segundos antes de responder.