Llego hasta aquí
5 de noviembre
—Creo que voy dejar un par de pubs sin existencias esta noche —profetizó Peters mientras bajaban por la pasarela del barco que les había dejado en Inglaterra.
—No si yo llego antes —replicó Gonzalez empujándole ligeramente.
Todas su alegrías y esperanzas murieron cuando el sargento, que bajaba en primer lugar, saludó con formalidad a un teniente en la dársena. No escucharon lo que decía, pero sabían que era algo malo cuando todos acabaron en la parte trasera de un camión con rumbo desconocido. El sargento se había sentado en la cabina y los cuatro, más dos novatos de reciente asignación, especulaban en el compartimento de carga.
«¿Por qué siempre nos toca a nosotros?» rezongaba uno. «¿Tenemos una diana en la espalda?» preguntaba otro mientras intentaba verse la suya. «¡Mierda!» rompía alguien los silencios incómodos.
Cuando el viaje acabó, estaban en una mansión en medio de la campiña inglesa. El sargento volvió a hablar con el teniente y luego se reunió con ellos.
—Nos han dado órdenes de vigilar la puerta de acceso.
Uno de los novatos hizo amago de protestar, pero la mirada del sargento, como un 88, fulminó las palabras.
Dos vigilaban la puerta junto al sargento y los otros, en dos parejas, daban vueltas a la valla. La finca no era muy grande, pero tardaban 15 minutos en cada ronda.
Un vehículo, un Rolls Royce, se acercó a la puerta y frenó ante la puerta. La ventanilla trasera descendió y, el sargento primero, y luego sus dos compañeros, se cuadraron al instante.
—¿De la primera división, muchachos?
—Sí, señor ?respondió sin fuerza el sargento.
—Lo han hecho muy bien hasta ahora, pero nos queda lo más difícil.
—Haremos todo lo posible, señor.
—Lo sé —y con un gesto hizo que el vehículo continuara su camino. Las ruedas crujían en el sendero de grava y pudieron ver cómo aquel general se bajaba y entraba en el edificio.
—¿Quién es el jefazo, sargento? —preguntó Peters cuando cerraba una nueva ronda—. Juro que nunca te he visto ponerte tan derecho tan rápido.
—Era el general Bradley. Y os juro que como la caguéis esta noche, no esperaré a que los boches os peguen un tiro.
Todo iba bien hasta que una sombra trepó por el muro de piedra e intentó llegar a la casa. Al general no le iba a gustar que los disparos le despertaran a las 3 de la madrugada…